Beethoven de remate |
Si la imagen de un millonario, encerrado en un sótano
blindado, mirando él solo una pintura de van Gogh, resulta intolerable, al
menos la obra no tiene más o menos valor
por estar escamoteada de la mirada del público. Y salvo que el dueño sea
particularmente perverso, en los tiempos que corren es posible que por vanidad o por venalidad, la
deje ver en algún museo. Otra cosa muy diferente es la que sucede con los descubrimientos
de las obras desconocidas de los grandes músicos.
Si alguien descubre entre los papeles del abuelo finado, por
ejemplo, cuatro cuartetos manuscritos de Ludwig van Beethoven y los lleva a Sotheby’s,
el valor sube muchísimo si esos cuartetos son desconocidos. El que los compra,
entonces, va a pagar un gran plus por esa condición, y hacerlos públicos le
implicarían una enorme pérdida económica. De más está decir que nadie compra
algo en Sotheby’s para perder dinero. Por lo que la obra desconocida sigue
siendo condenada al ostracismo y a pasar, siempre oculta para el público, de
mano en mano entre inversores.
Una trampa más para la cultura que sólo el estado puede
resolver. No sólo para sí mismo y sus habitantes sino para toda
la humanidad, ya que en este caso el altruismo es inevitable.
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