El Blog de Emilio Matei

martes, 27 de diciembre de 2016

Dos pizzas al precio de una

En el setenta y siete Montevideo era una ciudad de machos abandonados. En cada bar vegetaba un cuarentón bajo y delgado que parecía diez o veinte años más, frente a un vasito de alcohol que el mozo volvía a llenar intercambiando apenas una palabra sobre el tiempo o sobre el fútbol. No convenía mirar al bebedor solitario. Si uno lo hacía casi seguro que recibiría un ¡qué mira, usté, ¿tengo monos en la cara?!, primer paso a una escena de violencia. Como si fuera bien de hombre rodearse de una burbuja impenetrable que protegiera el roedor dentro de la cabeza que se retorcía por una mirada ajena. Creo que era parte de la culpa de esos hombres por no tener suficiente hombría para encarar el suicidio de una buena vez y no dividido en mil vasitos de alcohol. Y entonces la voz clara, perfecta, de Victor Hugo Morales en la radio. Una voz inadecuada, anacrónica. ¿Qué hacía un locutor así en ese país asesinado?, en la ciudad gris donde la humedad del invierno chorreaba por las paredes. ¿Qué hacía una voz joven y alegre en un país de viejos abandonados? Al menos en Argentina... Y se fue a Argentina.
Tres millones y poco más de habitantes en los sesentas, tres millones y poco más de habitantes en los setentas y hoy, cuarenta años después, todavía, tres millones y poco más de habitantes. Y colonias de uruguayos en Canadá, en Australia, en Francia, en Suecia y hasta en Argentina y Brasil. Qué pasó. Qué sigue pasando en Uruguay. “En este país
no hay futuro para los jóvenes”, me dijo el mago Federico, de treinta años, que siempre habla en frases hechas. Y su tristeza era tan auténtica que le puso lágrimas en los ojos. Tenés que irte del país, le dijo la madre.

Estos últimos años, a lo mejor en estos últimos diez años, muy de a poco, con la calma y la desconfianza tradicional de los uruguayos cuando se trata de encarar un cambio, se fueron pintando las casas sin tener miedo al color. Volvió a haber buen teatro y se filmaron películas. Se escuchó nueva música, se escuchó a nuevos músicos, aparecieron escritores interesantes. Algo se cocina siempre en Montevideo, esa olla de jubilados y empleados públicos en caldo joven de tejido de punto, marihuana y esoterismos. Algo bueno se cocinó a pesar de todo. Y a pesar del orgullo y la mítica garra, o tal vez por eso mismo, todavía se van, siempre se van. Sigue habiendo, como dije, tres millones y poco más de habitantes. Y en los bares, hoy en día, al hombre, al macho abandonado frente al vasito de alcohol, nadie lo mira porque nadie lo ve. En los bares, hoy en día, un partido de fútbol entre Lituania y Camerún transmitido por un canal argentino y dos pizzas al precio de una.


martes, 9 de agosto de 2016

Los perros de paja

Simon Petliura
Cuántos de los torturados, vejados, arruinados de todos los modos posibles, querrían que su tragedia terminara en la perfecta venganza, en la muerte violenta y por sus propias manos de los torturadores. Por qué eso nunca sucede en la realidad. Por qué eso sucede siempre en las películas norteamericanas cuyos guionistas saben detectar cualquier deseo profundo nunca cumplido en la realidad, tal vez parte esencial de todo conflicto narrativo. 
Apenas hay unos poquísimos casos de venganzas satisfechas en el mundo real. Puedo recordar dos, Shlomo Shvarzbard que vengó la muerte de entre treinta y cincuenta mil judíos en Ucrania por culpa de su víctima, Simón Petliura*, en París; y el anarquista alemán Kurt Wilkens que mató al general Varela, ejecutor de los obreros de la Patagonia. Lo normal es que los sobrevivientes sigan siendo víctimas de sí mismos, heridos hasta lo más profundo, sin capacidad de reacción ni regeneración. Algunos, los más fuertes, podrán pedir por justicia. Alternativa nunca satisfactoria pero al menos práctica, políticamente correcta y por eso mismo posible.
La tortura del torturador no es solución, salvo que se quiera ser como él. Debería procederse con más dignidad, permitiéndoles morir hasta mostrando alguna valentía, si la tienen. La muerte y sólo la muerte en manos de sus torturados sería justicia.
El ojo por ojo bíblico, en algunos casos, es más piadoso que la justicia moderna que encierra al torturador por años en una vida inhumana y deja al torturado con un duelo interminable en la conciencia de que su victimario aún vive y recuerda su martirio. Y aún más, que un cambio de gobierno puede dejar al torturador en libertad, cuando no convertirlo en un héroe. 

* En mayo de 1926 Simon Petliura fue asesinado en París por Sholom Shvarzbard, de un disparo de bala envenenada con cianuro. En octubre de 1927 el tribunal de París que lo juzgaba absolvió a Shlomo Shvarzbard, tomando en consideración los motivos del asesinato (venganza por sufrimiento de todos los judíos asesinados en los años 1919-1920 en territorios de Ucrania por pogromos, que algunos historiadores atribuyen al ejército de Petliura). (https://en.wikipedia.org/wiki/Symon_Petliura)

lunes, 20 de junio de 2016

Corruptos, corrupción y corruptometría

Un poco de tecnocracia

Hace mucho tiempo ya que dejé las “ciencias duras”, así que hacer el cálculo que propongo no me resultaría posible. El único econometrista que conozco ya está muy viejo y no creo que tenga ganas de ayudarme a resolver esto. Pero se me ocurre que ese cálculo es viable.

Se trata de encontrar una especie de fórmula corruptométrica. Es decir, que mida la corrupción en base a datos y no a impresiones, a sensaciones o a olfato.

Las variables serían (todas para un tiempo dado T):
1º PBI inicial y PBI final (PBI= Producto Bruto Interno)
2º Índice Gini (desigualdad, distribución social de la riqueza)
3º Deuda externa tomada como derivada, es decir, como variación durante el período que se tome. Bah, deuda externa final menos deuda externa inicial.
4º Deuda interna del mismo modo que la externa.
5º Coeficiente de inflación durante el período para la moneda que se utilice como referencia.

Teniendo en cuenta que la corrupción cero no es posible porque no acuerda con la condición humana, a partir de estos datos, y alguno más que puedo olvidar o desconocer, uno podría comparar gobiernos o sistemas políticos en cuanto a la corrupción que acogen.
La Ley seguirá buscando corrupto por corrupto para castigar. Pero uno sabrá a quién preferir cuando vota sin basarse sólo en la intuición.

Sospecho, eso sí, que en algún lugar del mundo, esta ecuación ya existe. Pero dudo que sus poseedores la quieran  hacer pública o, siquiera, hacer  públicos sus resultados.


jueves, 21 de abril de 2016

Paraíso, al Este

Subsidio a los ricos


Puerto Madero - Este de Buenos Aires

—Mirá, dejame hacer la cuenta, los bancos reciben casi el 40% anual, así que a vos, por un par de millones, digamos, 130.000 dólares en pesos, te dan como mínimo un 30. Eso significa, 600.000 pesos.
Dos señores al fin de sus cuarentas o a principio de sus cincuentas. Traje negro, camisa blanca, sin corbata. En un bar del Este de Buenos Aires, más allá de los docks, en Puerto Madero, primera línea frente al río.
—600.000 pesos dividido en 12 meses te da… 50.000 por mes. Vos vivís con 50.000 por mes, no —afirma más que pregunta.
—Sí —dice el otro, que no parece demasiado convencido.
—Te das cuenta, sin laburar, es el valor de un departamentito. Convertido en pesos, chau.
Suena un celular.—Ajá… sí… haceme una call y te doy el feedback.



martes, 2 de febrero de 2016

Aumento de tarifas eléctricas

La educación debe ser gratuita, también la medicina. La electricidad, sin embargo, puede ser subvencionada o no, gratuita jamás. Y si la subvención es importante parece que es exagerada. Lo mismo pasa con el uso de las rutas. Quien la usa la debe pagar, dicen. Lo mismo que dijeron con el fútbol, el que quiera verlo que pague, afirmando que eso era lo más democrático.
La discusión que subyace es qué debe hacer el Estado con el dinero que recibe, en relación a la población.

En el neoliberalismo el Estado actúa por medio de sus gerentes como una empresa que tiene como clientes a los ciudadanos. En tal caso, es obvio que los servicios que el Estado presta, pagos o gratuitos, deben tender a una acumulación de riquezas a favor del Estado. Lo que no queda tan claro, o más bien es ocultado cuidadosamente, es quiénes se benefician con las ganancias que hace el Estado, esas riquezas acumuladas, ya que deberían ser, en este razonamiento, los mismos ciudadanos.

El buen vivir, como en el caso de los tratamientos médicos, no debería hacer diferencias entre las personas. Del mismo modo, lo que el Estado devuelve a cada ciudadano, digamos, a cada propietario de un pedazo del país por el solo hecho de su nacionalidad, tampoco debería ser distinto. La condición de ciudadano del país no tendría que diferenciar por ninguna condición a unos de la otros. No importa la religión, el estado civil, la fortuna, etc., etc., etc.
La realidad es muy distinta. La realidad es que hay pocos que se benefician de las utilidades que hace el Estado. En este esquema de privilegios en el que vivimos, somos estafados por cada costo que nos implica la condición de ciudadano y que no obtiene la reciprocidad que corresponde.
Volviendo al punto que nos importa: no hay nada equivocado en cobrar la electricidad mucho menos de los que vale generarla como no lo habría tampoco si fuera gratuita. El uso de la energía eléctrica tiene que ser, o tender a ser, un derecho humano equivalente al de la libre circulación.


En este comentario apunto a los que poniendo la mejor cara de ecuanimidad dicen en buena fe, o no tanto: la verdad es que el subsidio que daban a la electricidad era exagerado. Otra vez haciéndose eco del famoso discurso dominante.

Nota: Sé que se me puede decir que los ricos recibirían, en el caso de la electricidad gratuita o subvencionada, un beneficio que pueden pagar y que no necesitan, eso es indudable,  Pero puedo asegurar que tienen privilegios mucho mayores que ese y mucho más injustos.