Olmedo y Portales Escultura en Corrientes y Uruguay |
¿Pero estas personas representan la porteñidad? Tengo mis
grandes dudas. El nacido en Buenos Aires es melancólico y no demasiado dado al
histrionismo. Es poeta triste, hombre que camina con las manos en los
bolsillos, mirando para abajo, y a pesar de todo es observador tal vez por su
misma timidez. Más afecto a la sonrisa torcida que a la carcajada, más
laburante que avivado, el porteño originario es un tipo casi siempre discreto. En cambio ese muchacho que terminó constituyendo el porteño por antonomasia, aterrizó en la sordidez de la
pensión con una mano adelante y otra atrás, con todo el humor sangriento del
interior y con el estruendo de la necesidad imperiosa de triunfar o morir en el intento .
Ya por el solo hecho de haber sido capaz de abandonar su
pueblo y venir en búsqueda de un futuro mejor, el hombre que va a convertirse
en porteño es un personaje especial. Capaz de dejar atrás todo apuntando a un
futuro desconocido o, cuando la personalidad ayuda, imaginario, con un único y
claro objetivo: triunfar.
Claro que triunfar no significa lo mismo para todos. Algunos
quieren dinero, otros mujeres en plural, otros ser famosos. Y de ser posible
todas esas cosas juntas. Y cuando se obtienen, nuestra sociedad confunde el
éxito con la calidad. En realidad el
éxito y la fama son las dos categorías que definen la calidad de un actor para
la sociedad en la que nos movemos. Y cuando alguien obtiene ese éxito, esa popularidad, aparecen en la prensa calificativos de gran actor, o artista talentoso para gente que sólo es famosa por que consiguió persistencia
en carteleras o pantallas o que exhibió algún objeto muy deseado como una mujer
hermosa, a su vez famosa, o un Rolls y otros símbolos de status comparables.
Y esa lectura perversa de la realidad no es, claro está, privativa del interior o de la capital. Abarca a toda la sociedad en su conjunto, guiada por una estructura de medios que modela y configura una sociedad acrítica, convencional, en síntesis, un mundo lo más alienado posible.
Y esa lectura perversa de la realidad no es, claro está, privativa del interior o de la capital. Abarca a toda la sociedad en su conjunto, guiada por una estructura de medios que modela y configura una sociedad acrítica, convencional, en síntesis, un mundo lo más alienado posible.
Y entonces vemos que un actor que se caracterizaba por estar impedido de crear
más personajes que el suyo propio, incapaz de memorizar un guión, cosa que él
mismo afirmaba y sus compañeros de elenco confirmaban; un actor cuyo papel
siempre fue el de joder a los demás y tratar a las mujeres como idiotas, se
convirtió en una figura ultraconocida y querida por todos, un ídolo popular, un
ícono de nuestra cultura que, aunque nacido en Rosario, Provincia de Santa Fe, termina su vida como un verdadero porteño: apenas
un miserable Ícaro relleno de cocaína, empujado hacia el abismo por un Dédalo mediático.
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