El Blog de Emilio Matei

Redefiniendo la porteñidad

Olmedo y Portales
Escultura en Corrientes y Uruguay
La noche engominada de Buenos Aires es el ámbito que la tradición define como porteño. La tradición tanguera, la cocaína cuando era marca Merck y se vendía en la farmacia. Porteño es, por definición, el que nació en Buenos Aires. Pero los porteños paradigmáticos casi siempre fueron del interior, cuando no simplemente extranjeros.
¿Pero estas personas representan la porteñidad? Tengo mis grandes dudas. El nacido en Buenos Aires es melancólico y no demasiado dado al histrionismo. Es poeta triste, hombre que camina con las manos en los bolsillos, mirando para abajo, y a pesar de todo es observador tal vez por su misma timidez. Más afecto a la sonrisa torcida que a la carcajada, más laburante que avivado, el porteño originario es un tipo casi siempre discreto. En cambio ese muchacho que terminó constituyendo el porteño por antonomasia, aterrizó en la sordidez de la pensión con una mano adelante y otra atrás, con todo el humor sangriento del interior y con el estruendo de la necesidad imperiosa de triunfar o morir en el intento .
Ya por el solo hecho de haber sido capaz de abandonar su pueblo y venir en búsqueda de un futuro mejor, el hombre que va a convertirse en porteño es un personaje especial. Capaz de dejar atrás todo apuntando a un futuro desconocido o, cuando la personalidad ayuda, imaginario, con un único y claro objetivo: triunfar.
Claro que triunfar no significa lo mismo para todos. Algunos quieren dinero, otros mujeres en plural, otros ser famosos. Y de ser posible todas esas cosas juntas. Y cuando se obtienen, nuestra sociedad confunde el éxito con la calidad. En realidad el éxito y la fama son las dos categorías que definen la calidad de un actor para la sociedad en la que nos movemos. Y cuando alguien obtiene ese éxito, esa popularidad, aparecen en la prensa calificativos de gran actor, o artista talentoso para gente que sólo es famosa por que consiguió persistencia en carteleras o pantallas o que exhibió algún objeto muy deseado como una mujer hermosa, a su vez famosa, o un Rolls y otros símbolos de status comparables.
Y esa lectura perversa de la realidad no es, claro está, privativa del interior o de la capital. Abarca a toda la sociedad en su conjunto, guiada por una estructura de medios que modela y configura una sociedad acrítica, convencional, en síntesis, un mundo lo más alienado posible. 
Y entonces vemos que un actor que se caracterizaba por estar impedido de crear más personajes que el suyo propio, incapaz de memorizar un guión, cosa que él mismo afirmaba y sus compañeros de elenco confirmaban; un actor cuyo papel siempre fue el de joder a los demás y tratar a las mujeres como idiotas, se convirtió en una figura ultraconocida y querida por todos, un ídolo popular, un ícono de nuestra cultura que, aunque nacido en Rosario, Provincia de Santa Fe, termina su vida como un verdadero porteño: apenas un miserable Ícaro relleno de cocaína, empujado hacia el abismo por un Dédalo mediático.


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