Momento raro, éste. Después del
caso Snowden, el técnico, más que topo,
que denunció el espionaje de los correos electrónicos, redes sociales y todo
tipo de comunicación vía Internet, aparece un aviso internacional de peligro de
atentados terroristas emitido por los que espían. Uno puede ser exagerado en su
suspicacia, pero es difícil no relacionar, no dar una relación causal, a ambas cosas.
Justo cuando la mayor parte de
los países, en forma más directa o más sutil según el grado de dependencia política
o económica con los Estados Unidos, critican la intrusión de los servicios de
informaciones, aparece una eventual justificación de un sistema que no puede
dejar de repugnar.
Alerta general. Cierran
embajadas norteamericanas y muchas europeas, certificando una vez más la
dependencia torpe y obsecuente que adoptan los europeos en la actualidad
respecto a su socio más importante
debido a una amenaza que tiene como principal consecuencia la justificación de
la pérdida de derechos de sus ciudadanos a cambio de una seguridad más que dudosa. Cuando para muchos especialistas, Al Qaeda y otros grupos de terroristas, saben del control que existe sobre las comunicaciones y actúan en consecuencia.
En este contexto la amenaza
puede ser cierta o falsa, pero a Estados Unidos le conviene que sea cierta y
que, gracias al espionaje masivo, con resultados menores o aún mayores aunque
previstos por un sistema cuyos errores en el pasado fueron trágicamente enormes, haya una demostración de eficiencia.
Escenario por lo menos peligroso que podría impulsar a algún fundamentalista del fisgoneo a producir una profecía
autocumplida, no sea cosa que alguien quiera reafirmar mediante la muerte de personas la validez de un sistema
que deteriora algunos de los códigos fundamentales del mundo civilizado. El
derecho a la privacidad.