Mi casa está abierta a todos, todos pueden entrar en ella, pero atención: mantengan la boca cerrada.
El prócer puede ser un actor conocido, un tremendo intelectual, un poeta filósofo o
un filósofo poético o, por qué no, una vieja habitante de algún paraíso perdido
que decidió comunicarse con el universo a través de una página de Facebook para
contar, en compañía de sus acólitos, lo lindo que es su terruño. Lo que parece
loable o, al menos, no negativo en sí. Claro que luego de un tiempo se rodea de
una caterva de amigos fieles que en realidad actúan como fieles de una
limitadísima religión y eso no resulta tan simpático. Son los que beben cada
palabra del maestro o la maestra como si fuera una especie de maná intelectual
que alimenta a los pobres desamparados del desierto de las ideas o más
probablemente, de la exquisita sensibilidad que sólo el gurú es capaz de
percibir en el más estólido ladrillo.
¿Foros de discusión o foros de adoración?
A esta última fauna reconozco que adscribo yo.
Los gurúes de FB reaccionan de una manera curiosa porque la
gran mayoría no lo hace a mi comentario por sus contenidos sino sólo por su
existencia, como si atreverme a discutir o a comentar algo que dijeron, a ocupar un espacio por mínimo que sea, fuera un
pecado irredimible. Y luego su cohorte de adherentes fieles, acompaña con
insultos, me gusta o ironías, a tan
sabio sensei. Hay veces en que los
acólitos suelen estar tan bien entrenados que se adelantan al gurú. Y en ese
caso, el sobrio gurú o la sobria gurusa, para igualar los géneros, suelen poner un me gusta como quien asiente sabia
y sobriamente con la cabeza.
En fin, cada cual con su idiosincrasia. Yo no pienso renunciar a la mía y seguiré molestando como el Etrusco.
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