Según publicó el diario británico
The Independent hace algunos días, en
Inglaterra y Gales hay un total de 12320 personas que tienen más de cien años. Los
datos, que podrían ampliarse si se completara la totalidad del Reino Unido, no
incluyen a Escocia e Irlanda.
La cifra es de por sí
sorprendente. Pero lo será aún más si se agrega que en ese mismo espacio
sobreviven 610 personas con más de ciento cinco años.
Por más que la supervivencia no
se pueda separar de la determinación de los genes y de la suerte, los números
nos están diciendo que la ciencia puede dar alguna respuesta a uno de los más
grandes deseos de los hombres: vivir más y mejor.
Inglaterra tuvo, al menos hasta
el advenimiento de la
Tathcher y el neoliberalismo, una sociedad de bienestar en la
que la medicina prepaga y la estatal compitieron en calidad. Una nueva mirada
sobre la alimentación, las vacunas, una vida menos ligada a las necesidades básicas
y un conocimiento científico que ganó batallas a infinidad de agentes patógenos,
terminan con este éxito indudable.
Por supuesto, la ciencia como
todo otro objeto o conocimiento en manos de los seres humanos no tiene más
signo que el del que la manipula. La gente mala hará malos usos y la buena,
buenos. Las herramientas para una vida mejor y más larga, entonces, están ahí, al
alcance de todos. Claro, todos si no hay privilegios.
Todavía algunos podrán
preguntarse cómo viven esos viejos. Y es posible que haya observaciones que le
quiten o agreguen felicidad. La verdad, por cierto, no puede ser otra que entre
estos viejos habrá felices e infelices, algunos que encontrarán en esa
supervivencia la continuidad de una tortura que preferirían terminar, otros encontrarán
en esa longevidad un premio inesperado que les permitirá seguir viviendo en un
estado de felicidad. Y la mayor parte, alguna variante menos extrema entre las
dos anteriores.
Como reflexión final me gustaría
pedir que si me agarra un ataque de ganas de vivir en la naturaleza, alejado de
las ciudades, tratando de alimentarme de los productos que yo mismo cultive o críe,
me dejen hacerlo. Pero si me enfermo o si se puede prevenir alguna enfermedad
mediante una vacuna, un análisis o un estudio clínico, llévenme al hospital lo
más rápido posible. Háganlo aún si me encuentran rezando a alguna deidad esotérica,
besando la tierra, ungiéndome de orines de un animal propicio o sosteniendo teorías
trasnochadas e inverificables. Llévenme, como digo, de inmediato. Al fin de
cuentas para ser un buen alternativo hay
que estar vivo: no veo cómo honrar la vida estando muerto.
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