El problema no es lo que siento
sino lo que soy capaz de expresar. Por eso, en cualquier expresión de arte,
está la presencia del otro. Cuando se dice que uno crea para sí mismo lo que se
está haciendo es priorizar la masturbación a la relación sexual.
El arte siempre implica la
comunicación. Y para que haya comunicación tiene que existir el otro, el
receptor, el que va a vibrar al unísono cuando la obra sea verdadera.
No se trata de que el artista
sienta. Ni que sus sentimientos lo desborden. Todos los seres humanos sienten y
eso no los convierte automáticamente en artistas, del mismo modo que todos los
seres humanos piensan y eso no los convierte en filósofos. Se trata de la
capacidad de comunicar esos sentimientos, esa mirada particular y subjetiva
sobre el mundo o una parte de él, lo que agrega la condición de artista a una
persona.
Tampoco comunicar alcanza. Todo ser humano comunica
con sus gestos, con su comportamiento, con su lenguaje. La obra de arte
establece una comunicación diferente que le es propia. Una en la que las reglas
son específicas, aconceptuales, sintéticas y muchas veces irrepetibles. Toda
obra de arte establece en su interior una nueva regla tan particular que, la
mayor parte de las veces, muere en ella misma. Por eso la sensualidad no alcanza, la creación artística tiene una necesidad
imperiosa de un orden. Orden casi siempre nuevo, creado para ella. Y ese orden
es el que controla los sentimientos que dejados en total libertad le quitaría esencialidad,
humanidad, a la obra.
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