Piazza Garibaldi Parma |
Los primeros meses, hasta que
pudimos conseguir un departamento, vivimos en esa clase de hoteles italianos,
tan típicos de los pueblos de esos lugares, en los que se juntan en el mismo
edificio y bajo el mismo dueño un bar, una sala de estar donde se juega a las
cartas o se ve televisión y un restaurante.
Por aquella época Parma pertenecía
a lo que se llamaba la Emilia roja, debido a que en toda la
provincia, la Emilia ,
la izquierda dominaba ampliamente, desde el Partido Socialista hasta la
izquierda llamada extraparlamentaria,
pasando por el Partido Comunista.
Claro que eso no significaba que
no hubiera gente de derecha, incluso fascista. Pero eran una minoría
despreciable, aplicando la palabra despreciable
en ambos sentidos tanto cuantitativo como cualitativo.
Durante las noches, por lo general
después de cenar, los vecinos de sexo masculino y los pasajeros del hotel se
juntaban a charlar, jugar a la escoba o a la brisca y, cuando había algún
programa importante como, por ejemplo el festival de San Remo, se miraba la
televisión. Primero el noticioso, que se comentaba casi siempre tratando de no
entrar en discusiones políticas que pudieran crear situaciones difíciles que
pudieran actuar en contra de la posibilidad de compartir una mesa de cartas, y
luego el programa de canciones o, tal vez de fútbol, si jugaba el Parma.
Los habitués eran siempre los
mismos y venían todos los días. Había algunos, sin embargo, que pasaban de vez
en cuando. De dos me acuerdo siempre. Uno era director de orquesta, pronto
aprendí que había que llamarlo maestro porque si no se ofendía, que pasaba cada
tanto para hacerse saludar con mucho respeto por los parroquianos y seguir su paseo digestivo casi de inmediato. El otro era un agrimensor que trabajaba de profesor de
colegio secundario y que aparecía sólo cuando alguna figura del partido neofascista
hablaba por televisión. Se paraba frente al aparato y decía cosas como: ¡qué
hombre!, ¡qué valentía tiene! y otras exclamaciones tan enfurecedoras para todo
el resto de los parroquianos que, sin embargo, demostrando una bonhomía poco
creíble para quienes no conocen bien a los italianos, a lo sumo lo insultaban sin mayor énfasis.
Años después, entre gente que
había vivido el fascismo en carne propia, conté la historia de este tipo, que
me pareció un estúpido entre lamentable y masoquista, más bien cómico. Pero para la gente que
me acompañaba la cosa era muy diferente. Cuando hay un gobierno fascista, me
dijeron, esos tipos, los más ignorantes y estúpidos, terminan siendo los
comisarios de la cuadra, los que disponen de privilegios y prebendas y los que,
muy a menudo, tienen información sobre vos que pueden usar para dejarte
vivir a cambio de cualquier cosa o para condenarte a muerte. En síntesis, no
cometas el error de tomar a la ligera a esos tipos tan ridículos.
Moraleja:
Lilita Carrió |
No hay comentarios:
Publicar un comentario