El Blog de Emilio Matei

jueves, 18 de octubre de 2012

La dura lucha por los privilegios

A fines de los años sesenta, cuando importar un coche en Argentina era casi imposible, con tener un buen pasar era posible comprarse lo mejor que se podía conseguir, un Renault 12 o un Peugeot 504. Y eso alcanzaba para poder lucirse y tener no demasiados competidores. Con el advenimiento del menemismo y la consiguiente apertura de la importación, ya la cosa se puso muy difícil. No cualquiera podía comprar un Mercedes o un BMW. Eso nos puso nerviosos a muchos que hasta ese momento nos habíamos sentido privilegiados con todo derecho.
Burgués pequeño

Claro que no es cuestión de reconocer que en realidad siempre uno fue un clase media a gatas, un burgués pequeño pequeño, como se tituló una película de Sordi que debió traducirse como un burgués pequeñísimo haciendo uso de ese diminutivo entre tierno y despectivo. Entonces se habló de los advenedizos que con un poco de plata ya se sentían como uno.

El caso más divertido de ascenso de clase, si se puede decir así de un fenómeno que no era más que la expresión de una tragedia, lo viví en un astillero muy importante que, por los años del proceso, fabricaba un crucero de nueve metros que costaba en su configuración básica, ochenta mil dólares. Ese lindo barquito, ya que para acceder a la condición de barco debía subir sus medidas hasta no menos de trece metros, había sido decorado por un par de señoras muy elegantes de la zona de San Isidro. Pero los que los compraban eran militares y otros tristes personajes de las distintas fuerzas armadas, casi siempre de rango medio o bajo, cuyo dinero venía de robos y requisas en casas de militantes o de gente que fuera definida como tal, agregado al usual de la trata de personas o de la droga.
El horror de esas lindas señoras no era el origen del dinero, teniendo en cuenta que de esas cosas inevitables no se hablaba, sino del mal gusto de los compradores y sus feas mujeres. La ofensa máxima a su dignidad de diseñadoras la tuvieron que sufrir cuando a un comisario se le ocurrió orlar el parabrisas con flecos dorados como los que se usaban en los colectivos del conurbano y a otro decorar el interior con una serie de gatos de porcelana alineados de menor a mayor.

Y sí, el ascenso social de las clases más bajas es de muy mal gusto y un atentado a los bien logrados privilegios.

Por qué será, y vuelvo con este tema leit motiv de más de uno de mis artículos, que la gente esa quiere las mismas cosas que uno. Y cuando esas cosas no son idénticas, es porque consiguieron modificarlas hasta convertirlas en lo que ellos son, como el caso de los cruceritos decorados de más arriba. Lo que nos obliga a abandonarlas.

Ahora la clase media debe estar más alerta que nunca.

Hoy en día, en la mayor parte de los casos no se puede objetar a los nuevos ricos por la procedencia de su dinero, que lo peor que tiene es que es nuevo, ya que casi siempre es resultado del trabajo acompañado por políticas de estado dictatoriales, populistas y distributivas de una falsa democracia en las que todos los votos valen lo mismo.
Claro que si el dinero fuera mucho tampoco molestaría porque los ricos, es bien sabido, no molestan nunca, todo lo contrario, hasta su proximidad nos prestigia. Y si sus gustos fueran extraños no serían más que excentricidades.

Una de las terribles novedades de estos tiempos que corren es que aún sin poseer una fortuna hay un montón de personas que pretenden ocupar los espacios más agradables con las llamadas segundas residencias. Lugares que por su propia naturaleza deberían tener una distancia prudente entre las casas y de ser posible obviar las cumbias, salvo que el nene haga una fiesta o que se pongan de moda, y los asados demasiado humeantes. ¡Hasta sus rotweilers se pelean con nuestros golden retrievers! O viceversa.

En conclusión, y aunque no lo pueda decir en voz alta porque es políticamente muy incorrecto, un país que crece se vuelve insoportable. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario