Revertir la lucha entre la
enseñanza pública, que en aquellas luchas allá por los finales de los años
cincuenta del siglo pasado se la llamaba laica,
y la privada, que se llamó libre y
que fue promovida especialmente por las escuelas confesionales, implicaría una pelea
sólo posible para un gobierno revolucionario.
Sin embargo existe una
posibilidad que puede resolver este problema en la mayor parte de los casos. Y
es la búsqueda de una educación de excelencia que supere en mucho a la privada.
Y digo, en la mayor parte de los casos, porque no todos los padres buscan una
educación de excelencia. Los hay, sobre todo para los de las clases altas y sus
adláteres, que tratan de lograr que la escuela confesional sustituya el deber
de educar que le correspondería a los padres y que se encargue de adjuntar a sus
hijos, compañeritos útiles, los que
en un futuro asegurarían buenas relaciones y, por qué no, buenos matrimonios. Amén
de los ultramontanos padres de niñas que no quieren que haya pantalones en el colegio en el que
estudian sus hijas, salvo, por supuesto, si están escondidos debajo de las
sotanas.
Es posible que algunos piensen
que la tarea de mejorar la calidad de la enseñanza primaria y secundaria hasta
alcanzar niveles de excelencia sea desmesurada o rayando con lo imposible. Sin
embargo la Universidad
de Buenos Aires sigue siendo la mejor de la Argentina aún en
carreras tan competitivas como la de economía. Todavía hoy el título de la UBA es considerado igual o
mejor que el de las universidades privadas más encumbradas como la
San Andrés o la DiTella. Criterio
compartido por grupos insospechados de favoritismo hacia la enseñanza pública
como en el caso del Opus Dei, que suele enviar a los mejores futuros cuadros a
dicha universidad.
Es curioso que por más que muchos
se quejen de las huelgas a repetición que aqueja periódicamente a la UBA y a la cantidad de
estudiantes crónicos que aprovechan su gratuidad malgastando el dinero de mis impuestos, ni los más convencidos
reaccionarios discuten su calidad y mucho menos su calidad a nivel
internacional.
Volviendo a las escuelas
primarias y secundarias, el gobierno es posible que nos diga que primero es
necesario hacerlas accesibles a todos los jóvenes del país. Y de eso no cabe
duda. Pero no se trata sólo de sacar los jóvenes de las calles, se trata
también de ponerlos en manos de profesores bien calificados. Necesidad muchas
veces superior a la de mejorar las condiciones edilicias. Si bien no creo que
sea necesario sacrificar alguna de estas cuestiones: calidad de enseñanza,
acceso a la escuela y calidad de la infraestructura, una en función de la otra
por ningún motivo. Estoy convencido de que todo puede ser hecho al mismo tiempo
más por políticas adecuadas que por inversiones enormes.
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