El Blog de Emilio Matei

martes, 18 de junio de 2013

Greenpeace y sus adláteres locales, los que cuidan el coto de caza

Acción de Greenpeace
Corren a los que cazan ballenas en el Océano Antártico y algún que otro barco de pesca, pero no hacen comentarios sobre la base naval inglesa en Malvinas y los permisos de pesca devastadores que otorgan las autoridades de las islas. Miran para un costado cuando sus amigos, que tal vez sería mejor llamar inversores, como Macri, intendente de la Ciudad de Buenos Aires, intentan deforestar el centro de la ciudad para llevar a cabo un proyecto edilicio ligado al transporte urbano. Corren de aquí para allá tratando de evitar la explotación de los minerales en países sudamericanos, pero no objetan que se compren esos mismos minerales en países centrales o manejados por compañías que les pertenecen y que hacen desastres en otros lados. Claman por el agua aún donde el agua sobra y transportan con toda simplicidad la problemática de los países desarrollados a donde esa problemática no existe. Y en eso sí actúan con herramientas típicas del fascismo haciendo que cualquier persona, por menos indicada que sea, se sienta un salvador de la humanidad y con derecho divino a la acción en contra los demás mediante un prefabricado delirio místico en el que los dioses son reemplazado por concepciones poco sustentadas sobre la naturaleza y lo natural. Estimulan la fuerzas esotéricas e irracionales, casi siempre ligadas de un modo u otro, consciente o inconscientemente, a las derechas, a pelear por un medio que apenas conocen, en el mejor de los casos. Defienden un supuesto derecho originario de ciertos grupos de pobres para evitar que se aprovechen algunas tierras en las que viven y se olvidan de todos los otros pobres que sufren del mismo modo, como si un origen particular, mítico o real, hiciera alguna diferencia. Y muy rara vez se refieren a los desastres ecológicos que producen las guerras, los más terribles de todos, y cuando lo hacen es porque las operaciones en tierra concluyeron o poco más o menos.

¡Qué monada!
Hace un tiempo me preguntaba en este mismo blog si fabricar una lámpara de bajo consumo no era más contaminante, debido a la cantidad de componentes que tenía, que una común de tungsteno, aun considerando la energía diferencial que se gasta. Y una respuesta muy interesante, y que justifica mi preocupación, apareció hace poco por parte del geólogo José Pablo Milana, que dice en un artículo: Paradójicamente, luego que aprobaron la Ley Nacional 26.473 [en Argentina] de abolición de la lámpara de filamento (¡única en el mundo!), muchas minas comenzaron a procesar el mercurio en sus menas. Antes ese mercurio quedaba en la roca, hoy es enviado a nuestra atmósfera gracias a estas leyes incompletas. ¿Y quién fue uno de los beneficiados por la ley de Greenpeace? ¡Barrick, por supuesto! Ya que hoy además de oro y plata, también extrae Mercurio de su Mina Veladero.
Como se ve, lo importante es tener una cruzada para combatir el mal, aunque el mal sea menos malo que el supuesto bien que se busca. Para el que le quede una duda, el dióxido de carbono en la atmósfera es mucho menos peligroso que el mercurio.

En realidad sigo pensando que esas ONGs fundamentalistas, que hay quien califica de ecoterroristas, actúan como brazo ideológico de un poder que nos quiere mantener impolutos y poco desarrollados como reserva, como coto privado de caza, para cuando se les haga necesario contar con un espacio limpio y lleno de riquezas vírgenes.  Y mientras tanto seguir arruinando sus propias tierras y aguas con el sólo objetivo de enriquecerse más y adquirir un poder suficiente como para mantener su control sobre el mundo. Al mismo tiempo que, insisto una vez más con esto, el brazo armado, la OTAN, sigue firme en las Malvinas.

Lo más perverso de este tema es que pone en la vereda de enfrente a gente que, como uno, lo único que pretende es que se estudie racionalmente y de acuerdo a nuestros propios intereses soberanos y criterios científicos, los daños eventuales que podría producir un emprendimiento cualquiera en nuestro propio suelo. Un estudio lógico de pérdidas y beneficios. Reservándonos, inclusive, el derecho a consultar a quien se nos dé la gana y a equivocarnos por nuestra propia cuenta.

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