Hay cosas que a esta altura no
deberían asombrar. Pero, tal vez por ingenuidad, sigo viendo algunos
comportamientos con un cierto desconcierto.
Los neardentales honraban a sus
muertos. Ya desde esos lejanos días de lo que se suele llamar, el amanecer de
la humanidad, la tristeza, la desesperanza o a lo mejor, el misterio de la
muerte, merecía una serie de rituales que casi seguro deberían hacer más
soportable la condición humana. Aunque en este caso debería decir: la condición
neardental, tal vez.
Homenaje a un Hermano muerto del colegio La Salle de Buenos Aires |
Nosotros, cromañones, también lo
hicimos. Y lo seguimos haciendo de acuerdo a las costumbres sociales en las que
nos criamos. Levantamos toda clase de túmulos, desde pirámides gigantes hasta
apilamientos de tierra. Y no sólo construimos tumbas para depositar los
cadáveres sino que también convertimos en altares o algo parecido los espacios
en los que la muerte alcanzó a las personas. Por eso las rutas de muchos países
están llenas de estructuras coronadas por cruces u otros símbolos religiosos y
que contienen desde flores hasta fotos del occiso. Y por último, muchas veces
se crean espacios a los que les asignamos un valor particular, en el que sólo
pueden yacer, o figurar, las personas que lo merecen por algún valor
superlativo según los criterios de la sociedad.
Que la estupidez es ecuménica, no
cabe la menor duda. Sobre todo cuando pone al mismo nivel una orden sacerdotal
y a un sector de la comunidad judía de mi país.
homenaje a uno de los muertos en el atentado a la Mutual judía de Buenos Aires |
Lo que comparten todos esos
homenajes es la tristeza, la voluntad de no olvidar y, y aquí viene el punto
crítico, el respeto por el muerto.
A qué estúpidos incompetentes se
les ocurrió que poner el nombre de los hermanos muertos del colegio de La Salle
en las calles Río Bamba y Sarmiento, justo al pie de un árbol, cuando había un árbol,
y a los que pretendieron homenajear a los muertos en el atentado de la AMIA, la
mutual judía de Buenos Aires, en unos pedazos de mármol en los que grabaron los
nombres de los inmolados, al pie de un árbol, como digo, cuando había un árbol,
ya que muchos de esos árboles desaparecieron.
Qué clase de respeto es ese que
pone el nombre de un muerto querido exactamente a la altura en que mean y cagan
los perros, donde se junta la basura que tiran los desaprensivos y arrastra el
viento, moteados de chilcles pisoteados y otras inmundicias.
Es difícil de soportar ver cómo
un perro macho levanta la pata y acierta su chorro justo en el nombre de alguien
cuya imagen todavía debe estar en la conciencia de familiares y amigos. Tamaño
desprecio.
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