—Siéntese, señora.
El que dice eso casi siempre es
un hombre de más de sesenta años. O una mujer de cualquier edad.
Los otros hombres miran para
otro lado o se hacen los dormidos. ¿Por qué lo hacen? ¿Es que ellos no tuvieron
madre?
En realidad, ¡sí,
la tuvieron, es justo por eso que no ceden el asiento!
En un transporte público
bastante lleno, alguien se levanta y cede al asiento a una mujer, a veces
embarazada, otras veces llevando un bebé en brazos, que tiene otro niño, este
de entre seis y once años, orbitando alrededor de ella. Esa mujer con cara de
sufrida, sudorosa tanto en invierno como en verano, con los músculos doloridos
por el ejercicio poco sano de llevar a un bebé en brazos, sostenerse para no
caer y dar empujones a otro niño que tiende a ir siempre para el lado
incorrecto, ¿se sienta? ¡No!
No importa si el niño mayor es
escuálido o un pichón contratable para el semillero de luchadores de Sumo que
tal vez le lleve una cabeza a la madre. La mujer dirá gracias al, o a la,
gentil persona que le cedió el asiento y, con un suspiro de alivio, empujará al
vástago que logró hace años mantenerse erguido en dos pies y que se ve sanito y
fortachón, a sentarse. Y seguirá sudorosa y dolorida, colgada a duras penas del
pasamano para no caer, con el bebé en brazos y, me había olvidado, el enorme
bolso que toda madre comme il faut
debe llevar colgado del hombro.
Querida madre, cómo quieres ser
respetada por hombres que desde pequeñitos, aunque hayan sido terribles bestias
que superaban tu peso y tu altura, fueron puestos por ti misma, o tus colegas
madres, en semejante condición de privilegio. Cómo podrá ser respetado tu género si tú misma
le demostraste a tu hijo que tu género no merece ni siquiera sentarte en
presencia de él, que terminará convencido de que tiene derechos naturales más
que su madre. Y ni hablar de las otras mujeres que, como es bien sabido y toda
madre clásica enseña con toda claridad, nunca llegarán ni a la altura de la
rodilla de la sacrosanta que te dio la vida.
En síntesis, y por si no quedó
del todo claro:
Toda madre que cede el asiento
que le fue cedido a ella a su hijo está creando un futuro machista irredimible(*).
(*) ¿Y qué pasa cuando el pequeño
privilegiado es nena? Y bué, la nena sigue viendo a una mujer que por ser
grande, o madre, debe permanecer de pie haciendo guardia frente a ella, la
princesita de la casa. Y si eso no alcanza como explicación, tampoco el Edipo
femenino, el Electra, me alcanzó nunca del todo. Y si no pudo Freud, menos voy
a poder yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario