El Blog de Emilio Matei

sábado, 20 de abril de 2013

Democratizar a la justicia

Democratizar a la justicia tiene un no se qué de slogan, pero no lo es. Y no lo es porque la justicia en Argentina nunca fue democrática, y no sólo en el sentido de no seleccionar a sus miembros mediante métodos electivos, lo que uno asociaría a la palabra democracia, sino en el sentido de ofrecer y garantizar iguales oportunidades y deberes a todos los ciudadanos. Tanto a los que son parte de la justicia como a los que la padecen.


 La justicia argentina siempre fue elitista, corporativa y nepotista , que es como decir, profundamente antidemocrática. Un reducto de los que hicimos el país, como ellos mismos dicen, que pasan de padres a hijos o parientes los privilegios de decir qué está bien y qué está mal, quién tiene razón y quién no la tiene. Olvidándose que al país no sólo lo hacen los que lo gobiernan sino también los que se desloman todos los días para servirlos. Incluyendo a los migrantes tan desprovistos como lo fueron sus propios abuelos. Y los demás.

El poder judicial es un poder elitista lleno de los mejores apellidos, los más tradicionales. ¿Y por qué es así? La respuesta es tristemente sencilla, porque desde la justicia se puede controlar todo, desde las decisiones de los otros poderes hasta la titularidad de los bienes inmuebles. Cualquier abogado con experiencia puede aclarar esto confirmando la condición de discrecionalidad y arbitrariedad con que un juez puede decidir sobre cualquier cosa. En este país, dicen, la última palabra por disparatada que sea la tiene el juez. Y luego la corporación, representada por sus pares sociales en una Cámara de Apelaciones y muy frecuentemente en la Suprema Corte, es difícil, por no decir imposible, que lo contradiga, sobre todo si está en juego algún privilegio de clase.

Para dejar aún más claro qué significa el privilegio social que tiene la clase alta de poner jueces, conviene reafirmar que una justicia como la que tenemos implica dejar en manos de una especie de aristocracia casi siempre de derecha y autocrática, las decisiones del estado. Esos señorones de múltiples y patricios apellidos pueden aceptar o rechazar una decisión de cualquiera de los otros poderes con sólo acusarla de inconstitucionalidad. Y si esa acusación les resulta demasiado indecorosa, si el decoro del que tanto hablan y tan poco practican existiera, pospondrían las sentencias mediante medidas cautelares que dejarían todo como está durante plazo tan largos como se les diera la gana.

En este tema, como en otros que hemos visto últimamente, buena parte de la clase media cree que tiene los mismos privilegios que el patriciado solamente por acompañarlos en sus intereses. Y como en el caso de la defensa que suelen hacer del neoliberalismo económico, serán ellos mismos los primeros en pagar el pato. Una forma de suicido de la que gozan los que se dejan arrastrar por los poderosos y sus medios y no dan ni una miserable miradita al mundo con sus propios ojos.

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