Nunca me opuse a las armas de juguete. Siempre consideré a la violencia como una de
las pasiones humanas y por lo tanto que hay que lidiar con ella, mal que nos pese.
Pero aceptar su existencia no implica dejarla actuar sin límites.
Un arma de juguete, como cualquier
otro juguete, es parte de la
relación entre el juego infantil y la adultez. Habla de aventura, agresión y
autodefensa y ningún niño, que yo conozca, se volvió asesino por jugar con
armas de juguete. Si no yo, que pertenezco a una generación de émulos de
cawboys, sería parte de una generación de asesinos. Y en todos los casos que vi
a padres fundamentalistas en ese sentido, vi a hijos apuntando con armas tal
vez tan sencillas como el dedo índice convertido en pistola.
Horario de protección al menor
Pero una cosa es jugar con armas
de juguete y otra muy diferente es hacer la apología de las armas verdaderas. Y
esa apología se hace, sin ningún pudor ni tapujo, en los canales del cable llamados
culturales. Para ser más preciso, en National Geographic, Discovery y History
Channel.
Durante las tardes se pasan una
cantidad de programas sobre el uso de armas. Los hay de pruebas de armas históricas,
de máquinas de tortura en diversos momentos de la historia, que nunca pasan por
Guantánamo o Abou Ghraib, por cierto, modificación de armas para obtener más
potencia, más penetración, mayores daños en las víctimas, sean vehículos o
personas, mejores silenciadores, etc. etc. etc. Los blancos pueden ser modelos
de seres humanos hechos de gelatina o cerditos muertos, que en todos los programas
aclaran que son lo más parecido a un ser humano que se puede usar para ver los
daños que produce un arma. De más está decir cuáles son los comentarios de los
participantes de estos programas cuando los daños son terribles. Comentarios
del tipo de: esto le habría arrancado un brazo, o una pierna, o le hubiera
hecho estallar la cabeza como una sandía, son habituales. Todos precedidos por
el consabido ¡WOW! de admiración excitada gritado a coro por los participantes de la prueba.
Con toda picardía los usuarios de estas armas son de lo más variado. No se trata de gigantes tipo mercenario en África, que también los hay. Hay muchas mujeres, lindas y feas, jóvenes y viejas, tipos con cara de mecánicos y otros con caras de intelectuales anteojos incluidos, algunos con pinta de deportistas y otros de campesinos. Toda tipología está representada, como si el amor a las armas fuera tan común a todo tipo de persona o, mejor dicho, como si fuera natural en toda persona el amor las armas.
Con toda picardía los usuarios de estas armas son de lo más variado. No se trata de gigantes tipo mercenario en África, que también los hay. Hay muchas mujeres, lindas y feas, jóvenes y viejas, tipos con cara de mecánicos y otros con caras de intelectuales anteojos incluidos, algunos con pinta de deportistas y otros de campesinos. Toda tipología está representada, como si el amor a las armas fuera tan común a todo tipo de persona o, mejor dicho, como si fuera natural en toda persona el amor las armas.
Hay hasta programas que hacen
competencias para construir cañones con los materiales más variados. Dos o más
equipos compiten con los mismos materiales para fabricar un cañón que luego se
prueba y se critica. Se muestra el uso de cañones de bronce, hierro, madera,
automáticos, primitivos, miniaturas y de todo tipo imaginable.
La cámara lenta muestra, con
gran despliegue estético, como explotan granadas, bombas, automóviles o aviones
y casas. Hasta hay un programa cuyo objetivo es divertirse destruyendo cosas de
la manera más espectacular posible. Por último, hay programas en las que
vendedores expertos en locales de venta de armas cuentan con detalle ventajas y desventajas de tal o cual
arma para tal o cual uso.
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