El Blog de Emilio Matei

miércoles, 24 de abril de 2013

Violencia verbal II

Hay una utilidad que tiene la violencia verbal de las canchas de fútbol, la salida de los boliches nocturnos, cuando la droga y el alcohol priman, y, estos últimos tiempos, las manifestaciones antigubernamentales. En principio se trata de una acción de masas y como tales deben ser analizadas. La utilidad es que sirven para saber qué hay por debajo de lo que la educación oculta o limita en los sectores más violentos de la sociedad. Y es un racismo profundo, una falta completa de ecuanimidad respecto al otro. Una verdadera tolerancia cero.

La sensación que tengo es que el inconsciente sale afuera sin ninguna limitación. La porquería que nuestra sociedad juntó debajo de la alfombra se pone en evidencia en estos individuos a la búsqueda de un chivo expiatorio para sus frustraciones. En realidad una de las formas más evidentes de la cobardía.

Agredido
¿De qué es culpable la víctima? Para los violentos, por estar en contra de ellos, de su nacionalidad y de sus preferencias sexuales. La verdad es que mirando los hechos sin prejuicios, el único valiente es la víctima, ya que es la que enfrenta desde su soledad a muchos. La resultante sería de una clara discriminación positiva producida por el ataque de muchos contra uno: los putos son los más valientes, los migrantes nacidos en los países que nos rodean son los más valientes, y ni que hablar cuando reúnen las dos condiciones. Generalización absurda a la que lleva la generalización de los patoteros.

Los más valientes, los que enfrentan a las hordas descontroladas; que suelen tener esas actitudes que vistas de afuera parecen un avanzar retrocediendo o un retroceder avanzando, indecisión propia de una banda de cobardes, hasta que la más bestia de las bestias, el menos cobarde entre los cobardes, si juntó suficiente apoyo moral, da la primer patada o el primer palazo; son tratados de cagones, maricones y putos. Un solo muchacho frente a una multitud enardecida resulta ser cobarde y homosexual, las máximas categorías repudiables para una masa descontrolada. Aunque su valentía sea tan evidente que raye con la temeridad.

 Susan Sontag
Cuando fue el atentado a las Twin Towers una de las acusaciones que se hacía a los terroristas era la de cobardes. El cobarde atentado, se repetía una y mil veces. La notable intelectual norteamericana Susan Sontag dijo que de los terroristas se podía decir de todo pero no que fueran cobardes. No es un cobarde una persona que entrega su vida por su ideología. Podrá estar alienado o chiflado, pero no es un cobarde.
Pero qué se puede esperar de una sociedad que trata de valientes servidores públicos a los que, en grupos enormes, armados hasta los dientes, equipados hasta el absurdo, atacan al supuesto asesino que como mucho tiene un revólver o un rifle y se protege de las balas de alta potencia y granadas de diverso tipo detrás de una mesa de cocina volcada. La verdad es que el héroe americano, ese individualista e iluminado que lucha sólo contra toda una invasión extraterrestre, se convierte en maldito cobarde cuando tiene enfrente al FBI o a SWAT.
Dejando de lado a la hipocresía, si una sociedad debe defenderse de asesinos lo debe hacer en modo eficiente y eso no tiene nada que ver con la valentía.

En síntesis, las palabras que usan los vándalos y los patoteros para atacar a los extranjeros o a los que no comparten su ideología, dicen mucho sobre el estado de salud de una sociedad y cuáles son códigos ocultos. 

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