Hace poco más de una generación
Tener anteojeras como un
caballo para evitar las horribles tentaciones que ofrece el mundo moderno y para no ver a esas inquietantes personas que lo tienen todo y que no trabajan. Juntar peso sobre peso, formando una pila siempre insuficiente. Mantener a la
familia, dedicando cada minuto útil al trabajo, hace un buen marido.
Ser un muchacho trabajador
hace que cualquier cosa que le pase a uno sea una desgracia inmerecida, como
que la mujer de uno se pudra de estar sola o de dedicarse a la casa y a los
hijos, deje de ser una buena mujer, y se divierta con el tarambana del vecino,
que se la pasa de joda todo el tiempo. Claro que lo sabe todo el barrio menos el muchacho trabajador.
Ser un muchacho trabajador
hace la felicidad de cualquier suegra, y de cualquier suegro ni te digo. Esa
condición del yerno, la de trabajador sin tregua, es la única que hace
soportable que esté autorizado al uso de la genitalidad de una hija. Pero que
no se abuse. Y la mejor manera de que no abuse es que trabaje mucho para que
todos sigan sabiendo que es un muchacho trabajador.
La calle está llena de
tentaciones: las mujeres, que son las tentaciones por antonomasia, los lujos,
el juego, el alcohol y la política. Sobre todo la política. Un muchacho trabajador
es por definición un muchacho decente. Y una persona decente no entra en
política, cosa de vagos y madre de todas las perversiones.
El muchacho trabajador siempre termina su vida diciendo: ¡Quién me quita lo bailado!
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