La fantasía postnuclear
Hace un tiempo, sobre todo en tiempos de la guerra fría, se
había puesto de moda un género cinematográfico y literario que hacía referencia
a un mundo en el que se había roto el contrato social. La
sociedad, disgregada por un evento nuclear o algún otro cataclismo natural o,
más probablemente, producido por el hombre, se volvía un infierno sin reglas,
sin ninguna clase de norma. Desde una vieja y pesimista Soilent Green, en el
que la gente se comía a sí misma en una forma de canibalismo disfrazado, que
indefectiblemente terminaría cuando no quedara nada que comer, o nadie a quien
comerse, hasta Mad Max, hubo un poco de todo. Pero la mayor parte de esas películas
tenían como leit motiv la lucha entre grupos o tribus, grupos
sobrevivientes que se habían aglutinado debido a algún elemento cohesionante.
Del film Mad Max |
Todos los sobrevivientes tenían como característica alguna
particular capacidad para ejercer la violencia o la autodefensa, más el poder
sobre fuentes de energía. Esta fijación sobre los combustibles tenía su razón
de ser. El cine norteamericano no podía evitar a sus personajes la utilización
de algún coche (*) por lo que la fuente de combustible resultaba determinante y
razón necesaria y suficiente para trampas, celadas, expediciones punitivas,
guerrillas, mini blitz kriegs y hasta
bombardeos. La violación de una joven y rubia ninfa podría estar incluida en el
botín, pero siempre después de capturar los consabidos bidones de combustible
o, cuando el autor no era tan limitado en su imaginación, la apropiación lisa y
llana del pozo de petróleo mediante la ocupación de los terrenos conquistados.
No voy a usar aquí la elegante palabra metáfora, porque no corresponde y porque está siendo convertida,
debido al mal uso, en un sinónimo de lo irracional y de lo esotérico. Lo
que corresponde aquí es usar la palabra analogía,
por más que suene algo tecnocrática. Hecha esta aclaración, declaro que esas
películas son analogías tan próximas a lo que se está produciendo en los países
invadidos por fuerzas norteamericana y europeas, que da escalofríos. Con la
diferencia que en el caso de las historias literarias o cinematográficas, la
ruptura del contrato social era un resultado no especialmente buscado por
nadie, era el simple resultado de una guerra estúpida en la que nadie había
ganado. Pero en la realidad que vivimos, por lo contrario, hay una voluntad
evidente de obtener lo que se obtiene: el petróleo confiscado y la desestructuración
de la sociedad del enemigo.
Los muertos vivos
Primo Levi |
Pienso en le escritor y poeta Primo Levi, por ejemplo,
quien después del campo de concentración nazi siguió viviendo muchos años
productivos dedicados a la cultura pero
que terminó, según se dice, suicidándose porque no podía seguir soportando lo
que tenía registrado en su cerebro.
Pienso en Irak, en Libia y en Siria. Y en la forma más
insidiosa de las pseudo revoluciones de la primavera árabe que triunfaron en Túnez o Egipto.
Releo este artículo y otros varios que escribí últimamente y
me pregunto por qué estoy tan interesado, o mejor dicho preocupado, por lo que
sucede en el norte de África y en el Cercano Oriente. Y la respuesta se me hace
evidente. Desde esta euforia ingenua y desarmada de una Sudamérica que avanza
en todos los frentes, lo que veo a lo lejos, cuando estoy algo pesimista, puede ser sólo un reloj que
adelanta el destino que se nos tiene asignado.
Debo reconocer que nunca deseé tanto como ahora estar equivocado.
(*) Esta relación entre libertad y vehículo propio está tan internalizada en
los norteamericanos que ni siquiera en el hipismo o en las corrientes que
pretenden volver a la naturaleza, se puede obviar. Los hipis tenían que tener o
una enorme moto o una decorada camioneta VW. Los norteamericanos pueden ceder
con facilidad la higiene compulsiva, que es parte de sus obsesiones, pero nunca
a la carencia de un vehículo.
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