Uno del los argumentos más
comunes es que si hay infinitas estrellas, debe de haber infinitos mundos con
infinitas civilizaciones. Entonces, como consecuencia, alguna tendría que haber
llegado hasta aquí.
La demostración de que esta
argumentación es falsa, que tiene que
ver con una interpretación equivocada de lo que significa el infinito, es muy
sencilla. Y para eso voy a utilizar un razonamiento matemático muy simple:
Todos sabemos que entre el número uno y el dos hay infinitos números. Para
decirlo de modo un poco más elegante y limitar la cantidad de números posibles, tomaremos infinitos números que se pueden escribir
como uno sobre otro. Por ejemplo, ½, un tercio, dos tercios, un cuarto, un
quinto, etc. Y dicho con rigor, hay infinitos números racionales. Probarlo es
muy fácil, basta con sumar dos cualquiera y al resultado dividirlo por dos. El
número que resulta está entre los dos que se sumaron. Y aquí viene lo lindo,
¿si sabemos que entre el uno y el dos hay infinitos números? ¿Qué pasa con el
3? El número tres nunca va a estar entre el uno y el dos pese a que en el medio
de ellos hay infinitos números.
En síntesis, el hecho que los
soles sean infinitos, que los planetas sean infinitos y que nuestras ganas de
conocer a un extraterrestre sean infinitas, no alcanza. Es posible que seamos
únicos en el universo, por más improbable que sea y por más indeseable que nos
parezca. Del mismo modo que el número tres no va a aparecer entre los infinitos
números que hay entre el uno y el dos.
Para mí, la argumentación más
fuerte a favor de la existencia de vida en otras partes del universo tiene que
ver con la tendencia de la naturaleza a repetir modelos y no con la finitud o
infinitud del universo. Pero esas repeticiones todavía no alcanzan como prueba de la existencia
de nada.
La seguridad que tienen algunos de que existen
civilizaciones del espacio que nos
visitan y que nos han visitado en el pasado, producen como consecuencia
variadas mitologías. Por ejemplo, la que establece la necesidad de que una raza superior y lejana
en términos astronómicos, mediante la implantación de algún tipo de semillitas, sea la que nos permitió existir. La similitud con los cuentos
infantiles sobre la sexualidad humana no es casual.
Estas teorías me retrotraen a
la infancia. Cuando yo era muy chico, mi abuelo, inmigrante de lo que por
aquella época era la Besarabia Rumana, me contó esta historia:
“Hace mucho pero mucho
tiempo, un hombre le preguntó a otro cómo era posible que la tierra, plana por
aquella época, se mantuviera en el espacio sin caerse. El otro hombre le
contestó que era bien sabido que la tierra se apoyaba sobre cuatro elefantes,
uno en cada extremo del cuadrado. El cuestionador, entonces, volvió a
preguntar. Está bien, ¿pero y los elefantes, en qué se apoyan los elefantes? La
respuesta fue que los elefantes estaban apoyados en una enorme tortuga. Ahora el
hombre que preguntaba siguió en tono irónico: sí, claro ¿Y la tortuga? ¿En
qué se apoya la tortuga? Y la respuesta fue que las tortugas nadaban en un
infinito mar de sangre. ¡Ahhhhhhh! dijo el preguntón, ¡ahora entiendo todo!”
Si alguien encuentra alguna similitud entre estas discusiones y las discusiones sobre la existencia de Dios, problema de él.
Si alguien encuentra alguna similitud entre estas discusiones y las discusiones sobre la existencia de Dios, problema de él.
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