No fue una lucha intrascendente ni carente de
sentido, fue la que produjo un punto de inflexión en la educación argentina. El
comienzo de la decadencia de la educación gratuita y pública en sus niveles
primarios y secundarios. No así en la universitaria que siguió resistiendo y
manteniendo un nivel que muy pocas veces, por breves períodos, y en escasas
disciplinas, pudo alcanzar la educación privada.
Hubo un mes en el que la mayor parte de los
estudiantes secundarios fueron rara vez al colegio. La resistencia por la
educación se hacía en la calle, entre gases, golpes y, a veces, cárcel. No era
la clase media de la Ciudad
de Buenos Aires de aquella época muy parecida a la actual, tan aburguesada y afín con los intereses de las
clases altas. En las corridas por las calles no se distinguía entre militantes
del partido comunista, socialistas, las llamadas izquierdas independientes,
peronistas y radicales. Todos esos jóvenes peleábamos por algo fundamental para
el futuro del país. Por una vez esto se sabía y por una vez esto se cumplió. La
batalla perdida por la educación fue esencial a la configuración que iría
adquiriendo el país a posteriori. La llamada traición de Arturo Frondizi tuvo
resultados mucho peores y más significativos todavía de lo que se pudo creer
por esa época.
La libre
tuvo una manifestación que fue fundamental y definitoria en Plaza Congreso. Una
típica movida uniformada y organizada por la derecha, en aquel momento
representada explícitamente por la
Iglesia.
Frente a la ruidosa y desprolija manifestación de
la clase media por sus derechos a la enseñanza universal y gratuita, entre
corridas, caballos de la guardia de infantería y gases, se opuso la ordenada
participación de las escuelas confesionales de la Capital. Niñitas
en Jumper o kilt y niñitos de blazer azul y pantalones grises(*) formados e
inmaculados, con un cura o una monja al frente, cubriendo buena parte de la Plaza Congreso para afirmar su
existencia y presionar a los diputados que debían votar la ley. Esa ley que
permitió la proliferación de los colegios privados y del negocio de la educación
mientras los edificios y la calidad educativa se caía a pedazos en la escuela
pública. Por supuesto ese día los alumnos de las escuelas privadas estuvieron
obligados a participar y la falta al
colegio no se les computó. Un verdadero ejemplo de participación espontánea.
Dentro de unos días la derecha se volverá a juntar, pero esta vez unida y organizada. Esa organización
y esa unión es obligada después de la experiencia del cacerolazo de hace
algunas semanas. Sus supuestos representantes políticos, en realidad, los dueños
de las empresas mediáticas más poderosas, aprendieron ahí que a esa clase de
gente no se la puede dejar hablar sin un libreto claro, ni expresarse mediante
carteles o pancartas, porque lo que dicen es demasiado anárquico e impresentable.
Eso sí, resulta fácil proponerles un uniforme. Todos vestiditos igual irán esta
vez a reunirse a Plaza de Mayo.
(*) Hace unos cuantos años yo estaba en una óptica
cuando entró el cómico Tato Bores. El óptico, que se vé que era amigo del
cómico, le preguntó cómo andaba. Y él, que estaba vestido con blazer azul y
pantalones grises le dijo, aquí me ves, en uniforme de facho.
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