Los piquetes aún más que los otros tipos de manifestaciones, ya que enfrentan cara a cara a dos grupos de personas, son un momento crítico en la relación entre los trabajadores y el resto de la sociedad. Y eso es porque la proximidad y la inevitable sobreexitación fácilmente puede convertir a la situación en violenta.
La palabra piquete originariamente aludía a un grupo de obreros que delante de
las puertas de la fábrica, impedían pasar a los carneros cuando había una huelga.
Esa definición supone una acción
contra los derechos individuales en defensa de los derechos de la mayoría. Y
de un modo u otro, estas acciones son reconocidas como válidas. Al menos desde
la izquierda. Desde la derecha ni la huelga es admitida salvo que sea totalmente invisible y se haga cuando no molesta.
Esos carneros o rompehuelgas,
casi siempre eran mano de obra reclutada por los patrones, entre mafiosos y
lúmpenes de toda laya, para obligar a los obreros a volver a sus puestos de
trabajo. Y durante las crisis más salvajes, fueron buscados obreros desocupados
y hambrientos dispuestos a cualquier cosa, a permitir que los vejaran hasta
extremos tan insoportables como la traición a sus propios compañeros, para
llevar comida a sus casas en una terrible batalla de pobres contra pobres.
Por eso objetar a los piquetes es
más o menos igual que objetar las molestias que producen las huelgas a los
demás ciudadanos. Objeción absurda puesto que la huelga es, casi diría por
definición, un llamado de alerta sobre desigualdades e injusticias que tiene
como objetivo llegar a la mayor parte de las personas de una sociedad,
deteniendo la producción y haciendo acciones publicitarias en la medida de las
escasas posibilidades de difusión que los obreros suelen tener. Y eso,
claramente, debe molestar a los demás o resulta invisible.
Pero en la Argentina de los
primeros años de este siglo, la mayor parte de los obreros estaban desocupados.
¿Cómo podría un desocupado hacer huelga? La solución fue la de producir cortes
en las rutas, calles y caminos que, por extensión y de manera poco feliz,
fueron llamados piquetes. Tal vez más
adecuado habría sido llamarlos barricadas, aunque esta palabra alude más a objetos apilados para interrumpir el tránsito que a personas agrupadas poniendo el propio cuerpo como barrera.
La cuestión que la palabra piquete abandonó
las fábricas y quedó asociada al corte de rutas y caminos. Y esa práctica, de
gran eficiencia debido a la poca gente que hace falta para ponerla en práctica
cuando no hay represión por parte del estado, fue analizada, ahora resulta más
que obvio, muy en detalle por los perdedores de las batallas electorales de los
sindicatos. Los que en lugar de organizarse para mejorar sus posiciones en las elecciones por venir prefirieron dividirse formando sus sindicatos propios en
el ejercicio de un derecho indudable pero, también, en flagrante transgresión a
la democracia.
La huelga del club de los perdedores
De ese modo una parte limitada de
la clase trabajadora, asociada a la burocracia sindical más reaccionaria,
perdedora en todos los casos de la mayoría en las elecciones internas de los
gremios y con la ayuda de los medios
antigubernamentales, que son los más poderosos, detuvieron a una buena parte
del país. Al menos la próxima a la
Capital que es la más visible. En un movimiento cuyo único
objetivo fue político ya que las demandas no eran de orden sindical u obrero
sino de un orden general cuya solución no le habría correspondido a las
empresas o a las corporaciones empresarias sino al gobierno que, habiendo sido
elegido por la amplia mayoría, sólo debería ser desautorizado por los votos de
la próxima elección o por un plebiscito que no piden porque tienen la seguridad de que ni siquiera lograrían la cantidad de apoyos necesarios para ejecutarlo o terminarían por quedar en peor situación que la que ya ostentan.
Derechos de unos y otros
También me gustaría mencionar,
respecto al tema de los piquetes, a los periodistas que reclaman por el derecho
de unos en contra del derecho de los otros cuando se trata de transitar
libremente. Creo que deberían ser un poco más cuidadosos al levantar las quejas
de una parte de la clase media, o inclusive de algunas personas de clase trabajadora, que no se molestan por nada ni por nadie y que sin embargo
pretenden que los otros, los que sí son molestados en temas más significativos que el movimiento por la ciudad o por las rutas, no los perturben.
Sólo cuando uno lucha activamente por el derecho de los otros puede pedir a los otros que respeten los derechos de uno. Y sólo en ese caso. Ya que por lo contrario la cosa se volvería una lucha de todos contra todos, lo que es mucho peor aún para los que claman por sus derechos individuales.
Sólo cuando uno lucha activamente por el derecho de los otros puede pedir a los otros que respeten los derechos de uno. Y sólo en ese caso. Ya que por lo contrario la cosa se volvería una lucha de todos contra todos, lo que es mucho peor aún para los que claman por sus derechos individuales.
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