La muerte de alguien querido, sobre todo, pero también la de alguien que
haya sido significativo, cualquiera haya sido el motivo: amor, odio, amistad o
partícipe trascendente de alguna circunstancia de la vida, crea una
responsabilidad embebida en una inevitable tristeza. Los momentos que se
pasaron juntos, tanto los significativos como lo que no lo fueron, quedan sólo
en la memoria. Ya que nada que haya hecho la persona con otros puede sustituir
lo particular que uno tiene almacenado en el cerebro. Una parte compartida por
dos que ya es sólo de uno.
Terrible responsabilidad esa, la de la memoria. Cada cosa que uno olvide
diluirá lo que queda de alguien.
Antes de que se creara la fotografía nadie podía hacerse cargo de cuánto
pervivía del otro en la memoria propia, sólo la naturaleza y el inconsciente lo
determinaban. Y tal vez un texto escrito que el papel amarillento hacía tan lejano como el recuerdo mismo. Luego la voluntad empezó a tener una participación evidente. El
cuidado o la destrucción de la fotografía de alguien que ya no estaba era una
decisión posible y consciente.
Y estos últimos tiempos la memoria no es sólo una serie de retazos e
imágenes o sonidos que a veces se evocan desde la voluntad y otras veces se
imponen por ellos mismos. Tampoco una fotografía, o una fotografía con una voz
registrada en una cinta o un pedazo de papel. Hoy en día hay memorias externas a uno pero que
todavía son uno mismo, que conservan, tan frescas como el primer día, las
impresiones de una relación que ya no podrá avanzar más. Ahora en el historial del MSN o del Skype, en los
contestadores telefónicos, en los correos electrónicos enviados y
recibidos, en los mensajitos de texto en el celular, en Facebook, Youtube y
Linkedin, queda la memoria fijada desde un pasado que ya empieza a hacerse
lejano, hasta el brusco momento en que nada más pudo ser agregado.
Y entonces somos nosotros, no sólo tristes sino también angustiados por un
inconmensurable poder, los que decidimos, si nos animamos, a hacer morir
definitivamente a una persona.
El Blog de Emilio Matei
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