El Blog de Emilio Matei

viernes, 1 de marzo de 2013

Un oso polar en el trópico

oso polar en el trópico
Hace poco leí, en tiempo de vacaciones, un best seller de hace unos años. No de uno de los autores norteamericanos más conocidos, es verdad, sino de uno de los que diríamos, de segunda línea.
Los personajes estaban bien construidos, si se deja de lado a la virilidad a toda prueba de los hombres y de la belleza de todas las mujeres con alguna mínima actuación en la historia. Sumado a la imprescindible necesidad de consumir vinos carísimos y de marca, de esos que se supone que son buenos ya que es improbable que uno los haya probado alguna vez. Pero fuera de esas concesiones a la mediocridad general y a los instintos más básicos de los lectores, la historia tenía tensión y era bastante creíble.
La acción sucede en Washington y tiene todos los ingredientes propios de una receta de espionaje. Salvo que al final los crímenes terminan siendo por razones de carácter personal.
Lástima que durante toda la novela la pareja principal sea seguida por dos tipos, típicamente vietnamitas, uno de los cuales tiene el pelo pegado a uno de los lados de la cara por, según el personaje masculino afirma, una típica tortura que ejecutaban sus colegas soldados y que consistía, en la primera etapa, en cortar una oreja del prisionero.
Como digo, personajes tan significativos, son el fondo de casi todas las acciones. Su vehículo, ordinario y no muy nuevo, como debe ser el coche de los espías encubiertos, está esperando a la pareja cuando llegan a la casa tanto de ella como de él, y suelen estar a la mañana, después del consuelo que ambos personajes se suelen dar uno al otro, en un siempre negado, pero evidente para el lector, nacimiento del amor de sus vidas. También aparecen como por encanto, como se decía antes, en un camino vecinal, entre los árboles de zonas en que las casitas de madera deberían otorgar un poco de intimidad y seguridad. Y, ya en el colmo de la ubicuidad, llegaron a estar esperándolos en una mesita del fondo del bar a la que la pareja ni siquiera pensaba ir hacía un par de minutos.
Todo eso está muy bien. Nadie pretende demasiada originalidad de un best seller. Pero el drama estalla cuando uno se pregunta, después de terminar de leerlo, qué fue de esos tipos. Y la última mención que uno recuerda es que el autor dice: esa fue la última vez que los vimos. Pero por qué estaban allí y a quién respondían, nunca se sabrá.
Entonces, después de reaccionar a la sensación de haber sido estafado, uno se pregunta por qué pasan esas cosas. ¿Era tan difícil darle un cierre decente a la historia?
¿Y coordinar un poco las ideas de Los Expedientes X,  las de Lost y las de tantas otras series no tan famosas?
Expedientes X
En el caso de la novela que menciono, hice el ejercicio de pensar cómo podrían haber cerrado esos personajes. Y en diez minutos se me ocurrieron tres o cuatro posibilidades. Y no por un talento especial del cual uno pueda jactarse sino simplemente porque no había grandes dificultades para lograrlo. La historia contenía suficientes elementos como para terminarla sin necesidad de dejar cabos sueltos. Y ojo, para los más perspicaces quiero aclarar que para mí un final abierto no es falta de final.
Por qué entonces los autores de best sellers o los guionistas de algunas series de televisión, muy exitosas, por otra parte, no se preocupan por la estructura de sus obras. O al menos no lo hacen con la estructura completa.
La única respuesta que se me ocurre es que el rating es el único parámetro que tienen en cuenta. Con un criterio totalmente economicista y sin ceder en absoluto a otras necesidades, salvo por casualidad o por esa enfermedad de la condición humana que hace que el hombre decore hasta algo tan funcional como un arma, se cuentan las historias. Y el rating de una historia tiene que ver con la tensión que crean las situaciones y los conflictos que nos desesperan por la necesidad de saber por qué surgieron o cómo se van a resolver. Así que el cómo se resuelven en realidad, carece de importancia en el negocio. Al fin de cuentas después del último capítulo, o del último programa, el lector o televidente, convertido en nada más que un cliente, ya no importa.
Qué mayor incógnita que la que produce un oso polar deambulando por una isla tropical y deshabitada. Luego, si la razón de esa total y misteriosa incongruencia es cualquier disparate incoherente o, si simplemente, no existe, carece de importancia en la ecuación económica.

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