W. A. Mozart |
Junto al Réquiem, por otra parte lleno de símbolos masónicos también, es parte de una música que evade totalmente el espíritu cortesano, romántico, humorístico, enamoradizo y hasta escatológico, a veces llamado estilo galante, a la que lo une su biografía más popular.
Payasos tristes geniales hubo unos cuantos en la historia. Pienso en Charlie Chaplin, por ejemplo. Pero esos payasos, cuando se sienten tristes o deprimidos, tienden a un romanticismo de novela femenina y parecen estar pidiendo que alguien les palmee la espalda y les diga bueno, ya va a pasar. A Mozart, en cambio, cuando le aflora la tristeza, parece enfrentar a la condición humana en su forma más desnuda e irresoluble. No hay consuelo para quien expresa un sufrimiento como el del Funeral Masónico, no valen palmaditas en la espalda ni caricias. No se puede consolar a nadie de esa clase de dolor, sólo se lo puede acompañar con el propio sufrimiento, con ese acordar de sentimientos que es muy difícil de conseguir fuera de la música. Una música que como en este caso, si la dejamos resonar en el interior, deja una sensación de agotamiento, de cansancio, de una catarsis que solo la vida con sus propios recursos que la hacen magnífica e inexplicable, nos permite superar. A veces.
Esta versión de los años sesenta es tal vez la mejor que oí:
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