El Blog de Emilio Matei

sábado, 30 de marzo de 2013

Siéntate en el umbral de tu puerta y verás pasar el cadáver de tu enemigo

Una pequeña intervención quirúrgica me tuvo un tiempito en el Sanatorio Agote, ese que queda en el Barrio Norte, en la zona más bella, más cara y más reaccionaria de Buenos Aires. Imagínense mi habitación que daba, a algunos pisos del mundanal y adoquinado asfalto, sobre los jardines de la embajada británica. Qué encanto pararse frente a la ventana de mi cuarto y sentirse en primer plano de una película que debía ser grabada y almacenada vaya uno a saber por cuánto tiempo. Una gran cámara de video me miraba casi directamente. Amurada a un álamo muerto no se perdía nada de lo que sucedía en las ventanas del instituto, en particular, como dije, la mía.

Nótese la presencia del agente 007 al servicio de Su Majestad
(Con permiso para matar)
El primer intríngulis es qué hacer en tal caso. Lo primero que viene a la mente es ponerse de espaldas, agacharse e inmortalizar el propio culo, desnudito él. La segunda es averiguar si en Google dice cómo improvisar una molotov con pervinox, agua mineral, el propio pis y algunos otros indecorosos detritus orgánicos, cosa qué, en realidad, no encontré. Por último, y en un ataque de realidad, decidí dejar que le ganemos alguna próxima final de fútbol, que las cosas sigan su curso y aprovecharlas, en la eventualidad, para escribir algo.

A las cuatro y media de la tarde del día viernes me dieron el alta.
Al salir a la calle me sentí transportado a una rave, esas fiestas de música electrónica y éxtasis tan de moda. El sonido era explosivo y de un volumen tal que hacía temblar la vereda. Entonces me iluminé: los preparativos del circuito de carreras de autos en circuito urbano, circuito callejero como dicen los que saben, se había puesto en acción.


Y esto recién empieza


La Recoleta, el Barrio Norte y hasta los comienzos de Palermo, la zona más cara de Buenos Aires, convertida en un infierno de música idiótica de volumen desmesurado y tal vez treinta o más automóviles de escape libre, quinientos caballitos de fuerza bajo el capot cada uno, hoy, sábado, haciendo pruebas, y el domingo corriendo durante una hora. A ver, veamos: si son en realidad treinta coches y  los motores son por reglamento iguales, ingleses (*) y V8 de quinientos caballos cada uno, habrá un momento llamado me cago en la ecología en el que quince mil caballos de fuerza estarán atronando y ahumando la parte más cara de la ciudad. Y, curiosa justicia poética, como se suele decir ahora presionados por la cultura norteamericana, todo debido a las elecciones en las que un industrial piratezco y borderline, triunfó sólo por ser el candidato de los propietarios de la mayor parte de los departamentos de la zona afectada y de los que creen que se les parecen sólo por votar del mismo modo.
¡Que la disfruten!
Por una vez las víctimas son los niños de ellos, los perros de ellos, los ancianos de ellos. Lo siento y me avergüenzo un poco, pero no puedo dejar de sentir un poco de placer de esta mínima e intrascendente inversión de papeles.

Que linda sensación da irse a casa, desde el Barrio Norte hacia la ciudad profunda, pudiendo decir algo como: ¡Chau gente! Me voy a descansar a la villa miseria, aquí es imposible, hay demasiado ruido.

……..
(*) Las casualidades a veces dan satisfacciones. La embajada británica queda a no más de cien metros de parques, que no aportan protección acústica alguna, de los caballos de fuerza que nos vendieron ellos mismos. No creo que nadie de la diplomacia disraeliana se quede a dormir ahí. Aunque no habría que anticiparse, nunca se sabe, tal vez el ruido les produzca un británico orgasmo cuando piensen cuánto cobraron por cada decibel.

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