El Blog de Emilio Matei

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Negro de acá

Negra de aquí
Tenemos una nueva categoría. Racista, tal vez, pero bastante ecuménica. Se puede ser negro, o negro de mierda, en su versión más enfática, inclusive teniendo la piel blanca y los ojos claros. Basta con sostener posiciones contra las nuestras. Sobre todo si nos sentimos aristocráticamente diferentes.

Basta ser capaz de hacer algo malo para el calificante, uno, para poder ser el calificando, él, que, casi siempre representa al grupo mayoritario. Negro de aquí es el que vota siempre en mayoría, el que pelea todos los días por un futuro poco claro y casi siempre escaso o escasamente atractivo, el que anda por todos lados pisándonos los pies.

Esta nueva semántica ¿tendrá que ver con lo políticamente correcto? Es probable. Un aumento en la educación y en las responsabilidades sociales deben producir un reflejo en el lenguaje.
Ya no queda bien decir de alguien que es un cabecita negra, o un cabecita, que es la versión abreviada. Envejecería demasiado usar calificativos tan antiguos y clásicos. Y tendría un definitivo tinte racista, aceptable sólo en la cancha de fútbol o si el que lo emite está de muy mal humor. Y claro, si no es un negro de aquí.

Más negros de aquí
Aún sin la componente demodé, usar el negro y el negro de mierda, también suenan un tanto definitivos. Sobre todo cuando uno habla con alguien cuyas posiciones no están del todo claras. Un tipo que podría ser zurdo, por ejemplo. O tal vez progresista.
Además, no nos engañemos, evitemos la actitud elitista o racista: ¿Cómo un negro de mierda podría decir de otro que es un negro de mierda?
Estos dilemas se resolvieron con el negro de aquí, índice apoyado contra el temporal, que permite definir la negritud no ya como una condición objetiva, innegable, sino como una condición abstracta o, por lo menos, opinable. Y ya se sabe que cuanto menos definida esté la cosa, mejor. Casi como qué, ¿no?

Creo que la sociedad, mediante este giro del lenguaje, avanzó muchísimo. Por fin se puede aplicar un calificativo demoledor a todo el mundo lavándose las manos, al mismo tiempo, de toda responsabilidad respecto a la discriminación. Algo así como decir de alguien que es un pelotudo, cosa que jamás se consideró racista.


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