Centro de trueque (2001) |
Leí que en algún pueblo del sur de España, por Andalucía, la
crisis está obligando a hacer trueque. Y eso me hizo volver al año 2001 y a una
imagen que no consigo ni quiero borrar, con la ambigüedad que esta declaración
pueda tener.
Por esa época había conseguido dar un taller literario en
una empresa muy importante. Lo que me tenía muy contento porque durante los
tres meses que iba a durar el taller había resuelto el problema económico. Al
menos, lo básico.
La empresa quedaba a cinco o seis calles de la estación de
subterráneo de Federico Lacroze. Y a media cuadra de la estación, sobre la
avenida Forest, había un centro de trueque de los que proliferaban por esa época.
Como yo pasaba por la mañana temprano, veía la cola de personas que esperaban a
que abrieran las puertas. A la vuelta, unas tres horas después, ya no quedaba
nadie en la cola. Sólo las veredas muy sucias.
En la cola para entrar había toda clase de gente. Casi
siempre de a dos, como si fuera necesario apoyarse en alguien conocido para
poder regatear y no sentirse intimidado por el histrionismo que implica y al
que, a lo mejor, no se estaba acostumbrado. O simplemente para soportar mejor
la vergüenza de exponer la necesidad más extrema.
De toda esa gente que veía al pasar, sólo recuerdo a un
muchacho. Como no soy bueno para descubrir la edad de la gente, diría que debía
tener más de treinta y menos de cuarenta años. Era muy bajo y estaba
correctamente vestido con una remera roja y un pantalón oscuro, negro o azul
marino. Y tenía sobre las palmas de las manos, como si se tratara de un
animalito o como si estuviera por hacer una ofrenda, cinco zanahorias. Eso debía
ser lo que este muchacho tenía para cambiar vaya uno a saber por qué cosa. Vaya
uno a saber por qué. Y su imagen se me quedó grabada.
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