El Blog de Emilio Matei

domingo, 29 de julio de 2012

La falsa seguridad


Estar vivo implica la posibilidad de morir. Y no sólo esa, sino la de ser asaltado, robado, violado, toturado o burlado. Pero también la posibilidad de ser amado, querido, respetado, admirado y todas las posibilidades que tiene la naturaleza para producir placer en el hombre.
Es humano tratar de disminuir lo negativo y acrecentar lo positivo pero la experiencia indica que perder mucho tiempo en hacerlo sólo conduce a perder lo bueno y aumentar el riesgo de lo malo.
Bomberos ingleses
Ya comenté lo de los bomberos londinenses y el riesgo de blindarse demasiado. Todos los días nos dicen los expertos que tener armas con uno no sólo no nos protege sino que aumenta la posibilidad de ser agredidos o, muchas veces, de que la agresión sea mucho más severa.

Esta nota debería ir hacia el concepto de seguridad y hacia sus debilidades y no hacia un caso particular visto desde una subjetividad particular, pero no puedo evitar contar esta historia porque creo que simplifica muchísimo la descripción de lo que en realidad sucede.

Hace unos cuantos años me robaron en una isla de Tigre. A un vecino, un tipo conocido por macho feroz, de derecha extrema y amante de las armas, también le habían robado. Tanto mi vecino como yo no teníamos embarcación para ir a hacer la denuncia así que fuimos en una prestada por un alma caritativa. Un gomoncito diminuto y semidesinflado. A mí me tocó manejar así que mi vecino que aparte de ser muy de derecha era bastante gordito, se sentó en la proa. Cada vez que yo aceleraba, la proa se hundía y él se mojaba el culo. Teniendo en cuenta que esto sucedió en pleno invierno y en un día nublado y con lloviznas, el tema debe de haberle sido bastante desagradable. Confieso que aceleré varias veces pero no por maldad sino por una cuestión ideológica, que quede bien claro.
Gomoncito
Durante el viaje tuvimos oportunidad de charlar bastante:

    ¿Qué te robaron? —le pregunté por sobre el estruendo del motorcito.
    Los muy turros me vaciaron el galponcito del fondo. Y lo peor de todo es que los vi, tuve que ver por la ventana cómo me desvalijaban.
    Pero no es que vos tenés armas en tu casa.
    Sí, tengo un 44 magnum, un 38 especial y una Ingram con balas de mercurio.
    ¿Entonces?
    Y.
    Y qué —dije.
    Y, no los iba a matar.
    Claro, pero podrías haber tirado hacia arriba, al menos para asustarlos.
    No, imaginate que si se dan cuenta que estoy, capaz que se me vienen encima, ellos eran tres.
    ¿Estaban armados?
    No
   
    Mirá si después, cuando me voy, me queman la casa.

Cuando llegamos a la delegación de Policía de Islas, y después de hacer la denuncia y mientras se terminaban de hacer los papeles, mi vecino y el oficial se dedicaron a intercambiar conocimientos sobre armas.

    Dese cuenta —dijo el oficial—, en la Isla hay un montón de pelotudos que traen armas tremendas, ultramodernas, y las dejan en las casas. Después los ladrones se las roban y las usan contra nosotros que tenemos fierros viejísimos que tiran de milagro.
    Qué barbaridad —dijo mi vecino.

A la vuelta aceleré muchas más veces y le volví a hacer los correspondientes baños de asiento. Nobleza obliga, debo reconocer que mi vecino se portó como un varoncito: nunca se quejó. Y como de gomones no entendía nada y el nuestro daba lástima de desinflado, no creo que se haya dado cuenta que se habían burlado de él y que su verdadero riesgo había sido viajar conmigo.


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