Estar vivo implica la posibilidad de morir. Y no sólo esa,
sino la de ser asaltado, robado, violado, toturado o burlado. Pero también la posibilidad
de ser amado, querido, respetado, admirado y todas las posibilidades que tiene
la naturaleza para producir placer en el hombre.
Es humano tratar de disminuir lo negativo y acrecentar lo
positivo pero la experiencia indica que perder mucho tiempo en hacerlo sólo
conduce a perder lo bueno y aumentar el riesgo de lo malo.
Bomberos ingleses |
Esta nota debería ir hacia el concepto de seguridad y hacia sus
debilidades y no hacia un caso particular visto desde una subjetividad
particular, pero no puedo evitar contar esta historia porque creo que simplifica
muchísimo la descripción de lo que en
realidad sucede.
Hace unos cuantos años me robaron
en una isla de Tigre. A un vecino, un tipo conocido por macho feroz, de derecha
extrema y amante de las armas, también le habían robado. Tanto mi vecino como
yo no teníamos embarcación para ir a hacer la denuncia así que fuimos en una
prestada por un alma caritativa. Un gomoncito diminuto y semidesinflado. A mí
me tocó manejar así que mi vecino que aparte de ser muy de derecha era bastante
gordito, se sentó en la proa. Cada vez que yo aceleraba, la proa se hundía y él
se mojaba el culo. Teniendo en cuenta que esto sucedió en pleno invierno y en
un día nublado y con lloviznas, el tema debe de haberle sido bastante
desagradable. Confieso que aceleré varias veces pero no por maldad sino por una
cuestión ideológica, que quede bien claro.
Durante el viaje tuvimos
oportunidad de charlar bastante:
Gomoncito |
— ¿Qué
te robaron? —le pregunté por sobre el estruendo del motorcito.
— Los
muy turros me vaciaron el galponcito del fondo. Y lo peor de todo es que los
vi, tuve que ver por la ventana cómo me desvalijaban.
— Pero
no es que vos tenés armas en tu casa.
— Sí,
tengo un 44 magnum, un 38 especial y una Ingram con balas de mercurio.
— ¿Entonces?
— Y.
— Y
qué —dije.
— Y,
no los iba a matar.
— Claro,
pero podrías haber tirado hacia arriba, al menos para asustarlos.
— No,
imaginate que si se dan cuenta que estoy, capaz que se me vienen encima, ellos
eran tres.
— ¿Estaban
armados?
— No
— …
— Mirá
si después, cuando me voy, me queman la casa.
Cuando llegamos a la delegación
de Policía de Islas, y después de hacer la denuncia y mientras se terminaban de
hacer los papeles, mi vecino y el oficial se dedicaron a intercambiar
conocimientos sobre armas.
— Dese
cuenta —dijo el oficial—, en la Isla hay un montón de pelotudos que traen armas
tremendas, ultramodernas, y las dejan en las casas. Después los ladrones se las
roban y las usan contra nosotros que tenemos fierros viejísimos que tiran de
milagro.
— Qué
barbaridad —dijo mi vecino.
A la vuelta aceleré muchas más
veces y le volví a hacer los correspondientes baños de asiento. Nobleza obliga, debo reconocer
que mi vecino se portó como un varoncito: nunca se quejó. Y como de gomones no entendía nada y el nuestro daba lástima de desinflado, no creo que se haya dado cuenta que se habían burlado de él y que su verdadero riesgo había sido viajar conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario