Siguiendo con la ocultación
de lo obvio que hacen los medios, me gustaría contar una anécdota paradigmática
que me tocó vivir. Un arquitecto que trabaja en una dependencia municipal de la
Ciudad de Buenos Aires, me dijo que hace algunos años, sólo tres sobre treinta
personas de su trabajo pagaba impuesto a las ganancias. El jefe y dos subjefes,
uno de los cuales era él. Todos los demás, jóvenes arquitectos, estaban
exentos. Hoy en día todos pagan ese impuesto, lo que, me dijo, y a pesar de su
posición ni militante ni fanática a favor del gobierno, es una realidad jodida. Al que cobra menos ¡le están
descontando como mil pesos! Le pregunto,
entonces, cuál es el sueldo mínimo que está recibiendo la gente de su
repartición. Y luego de pensar un poco me dijo que el cargo mínimo está cobrando
unos quince mil pesos, que a valores oficiales superan un poco a los tres mil
dólares mensuales. Al terminar de decirlo se le iluminó la cara. Tenés razón,
me dijo, yo discuto con mi mujer sobre los salarios actuales y siempre le digo
que se los tome tanto en pesos como en dólares, nunca estuvieron tan altos. Lo
que, basta tener un mínimo de lógica, justifica la aparición del impuesto a las
ganancias para determinados niveles salariales.
La trivialidad de esta anécdota
que estoy transcribiendo me avergüenza. Pero todavía hay gente que aún con
buena voluntad, y ayudada por los medios machacones y mentirosos que borronean
la percepción de verdades obvias, no termina de entender la relación entre el
aumento del salario y el impuesto a las ganancias. Por eso me pareció que tenía sentido
contarla.
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