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Humito de asado |
Nos pasamos los días de invierno soñando con el hogar de
leña o la salamandra y en verano con el asadito de leña o carbón al aire libre
o el fogón en la playa, que nos suelen ahumar bastante, pero pataleamos si
alguien pasa cerca de nosotros, en plena avenida, con un cigarrillo entre los
labios mientras llevamos un niño en el cochecito, a la altura en que la
concentración de cancerígenos debido a los motores de combustión interna es
mayor. Peleamos contra el cigarrillo de tabaco y apoyamos al de marihuana. Nos
ponemos ferozmente vegetarianos, insistimos en la condición vegetariana de los
seres humanos, y nos olvidamos que si hubiéramos sido vegetarianos es probable
que no habríamos pasado de la quebrada de Olduvai, en África, y que tendríamos
la cintura más gruesa que los hombros. Y estoy seguro y dispuesto a tomar
cualquier apuesta, a que las personas fundamentalistas de lo sano, apunten a la
gimnasia excesiva o a las dietas vegetarianas o de cualquier otro tipo, son las
más propensas al suicidio.
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Perro abandonado |
Pedimos que prohiban matar a los perritos y gatitos, porque
los animales tienen derecho a la vida, nos ponemos furiosos cuando se pide que
al menos se los castre, y después, el que nos regaló el vecino de carpa en la
playa, lo abandonamos cuando terminan las vacaciones porque,
dónde lo voy a tener ahora. Y argumentamos que
yo no lo pude matar, pobrecito,
me da tanta pena, y lo condenamos a la
muerte por inanición o enfermedad, rebuscando en los basurales.
Como se ve, matar un animal puede estar lejos de ser el peor
trato al que lo podemos someter. Torturarlo durante años arrastrando carros por
encima de sus fuerzas, encerrarlos en jaulas de por vida, atacar sus instintos
tratando de darle comportamientos humanos que nos resulten divertidos por más
que a ellos los violenten y hieran o dejarlos que nos ataquen matándonos o
hiriéndonos sólo porque es su idiosincrasia o porque no supimos tratarlos, es
mucho peor.
Hace poco vi una propaganda de algún producto que no
recuerdo, en el que se comparaba el riesgo de usar una patineta y hacer
acrobacias en plena calle con el riesgo de comer comida llena de grasas. Los
comensales, que consumían huevos fritos y papas fritas, decían que esos locos,
por los jóvenes, se iban a matar, mientras era claro que los suicidas eran
ellos, que se condenaban condenando a sus sistemas cardiovasculares a la muerte
por obstrucción.
Me pareció una excelente lectura de la realidad, un punto de
vista tan inteligente como realista. Del mismo modo se podría argumentar que a
los animales y a los hombres se los mata, sobre todo, con las políticas
económicas y sus subproductos de hambre, miseria y guerras. Las cruzadas deben,
entonces, apuntar a los grandes criminales y no al señor o la señora que fuma o
que mata a un animal que no puede mantener. Claro que es más fácil y, en realidad, mucho menos peligroso,
molestar a alguien que fuma, que, por ejemplo, a los poderosos de un gobierno
genocida o inclusive, neoliberal y su saga de desocupación.
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Jóvenes desocupados griegos |
Y como ya me puedo imaginar el principal argumento en contra
que se me va a oponer, quiero responder de antemano que no es una ley, que no
es cierto que cada cual deba poner su granito de arena porque así se pueden
hacer grandes cosas. Primero habría que probar que ese granito sirve para algo más que para tranquilizar la conciencia. Hay algo que
se llama salto cualitativo que sucede cuando en el mundo real la cantidad
termina por modificar la calidad. Y hay algunas acciones que nunca llegan a ese
punto crítico. Si, por ejemplo, cada habitante de la tierra, cada uno de los
seis o siete mil millones, recoge una gota de agua de mar con un gotero y la
tira sobre la tierra, ni la tierra se convierte en un pantano ni el mar reduce
su nivel. Así que, insisto, lo del granito de arena puede ser algo muy poético
pero con frecuencia poco útil.
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