Una pequeña intervención quirúrgica me tuvo un
tiempito en el Sanatorio Agote, ese que queda en el Barrio Norte, en la zona
más bella, más cara y más reaccionaria de Buenos Aires. Imagínense mi
habitación que daba, a algunos pisos del mundanal y adoquinado asfalto, sobre los
jardines de la embajada británica. Qué encanto pararse frente a la ventana de
mi cuarto y sentirse en primer plano de una película que debía ser grabada y
almacenada vaya uno a saber por cuánto tiempo. Una gran cámara de video me
miraba casi directamente. Amurada a un álamo muerto no se perdía nada de lo que
sucedía en las ventanas del instituto, en particular, como dije, la mía.
Nótese la presencia del agente 007 al servicio de Su Majestad (Con permiso para matar) |
El primer intríngulis es qué hacer en tal caso. Lo
primero que viene a la mente es ponerse de espaldas, agacharse e inmortalizar el
propio culo, desnudito él. La segunda es averiguar si en Google dice cómo
improvisar una molotov con pervinox, agua mineral, el propio pis y algunos
otros indecorosos detritus orgánicos, cosa qué, en
realidad, no encontré. Por último, y en un ataque de realidad,
decidí dejar que le ganemos alguna próxima final de fútbol, que las cosas sigan su curso y aprovecharlas, en la
eventualidad, para escribir algo.
A las cuatro y media de la tarde del día viernes me
dieron el alta.
Al salir a la calle me sentí transportado a una rave, esas fiestas de música
electrónica y éxtasis tan de
moda. El sonido era explosivo y de un volumen tal que hacía temblar la vereda.
Entonces me iluminé: los preparativos del circuito de carreras de autos en
circuito urbano, circuito callejero como dicen los que saben, se había puesto en acción.
Y esto recién empieza
La Recoleta, el Barrio Norte y hasta los
comienzos de Palermo, la zona más cara de Buenos Aires, convertida en un
infierno de música idiótica de volumen desmesurado y tal vez treinta o más
automóviles de escape libre, quinientos caballitos de fuerza bajo el capot cada uno, hoy, sábado, haciendo
pruebas, y el domingo corriendo durante una hora. A ver, veamos: si son en
realidad treinta coches y los motores
son por reglamento iguales, ingleses (*) y V8 de
quinientos caballos cada uno, habrá un momento llamado me cago en la ecología en el que
quince mil caballos de fuerza estarán atronando y ahumando la parte más cara de
la ciudad. Y, curiosa justicia poética, como se suele decir ahora presionados
por la cultura norteamericana, todo debido a las elecciones en las que un
industrial piratezco y borderline, triunfó sólo por ser el candidato de los
propietarios de la mayor parte de los departamentos de la zona afectada y de
los que creen que se les parecen sólo por votar del mismo modo.
¡Que la disfruten!
Por una vez las víctimas son los niños de ellos, los perros de
ellos, los ancianos de ellos. Lo siento y me avergüenzo un poco, pero no puedo
dejar de sentir un poco de placer de esta mínima e intrascendente inversión de
papeles.
Que linda sensación da irse a casa, desde el Barrio
Norte hacia la ciudad profunda, pudiendo decir algo como: ¡Chau gente! Me voy a
descansar a la villa miseria, aquí es imposible, hay demasiado ruido.
……..
(*) Las casualidades a veces dan satisfacciones.
La embajada británica queda a no más de cien metros de parques, que no aportan protección
acústica alguna, de los caballos de fuerza que nos vendieron ellos mismos. No
creo que nadie de la diplomacia disraeliana se quede a dormir ahí. Aunque no
habría que anticiparse, nunca se sabe, tal vez el ruido les produzca un
británico orgasmo cuando piensen cuánto cobraron por cada decibel.