El Blog de Emilio Matei

martes, 4 de febrero de 2014

Un cierto desconcierto y la vergüenza

Hay cosas que a esta altura no deberían asombrar. Pero, tal vez por ingenuidad, sigo viendo algunos comportamientos con un cierto desconcierto.

Los neardentales honraban a sus muertos. Ya desde esos lejanos días de lo que se suele llamar, el amanecer de la humanidad, la tristeza, la desesperanza o a lo mejor, el misterio de la muerte, merecía una serie de rituales que casi seguro deberían hacer más soportable la condición humana. Aunque en este caso debería decir: la condición neardental, tal vez.
Homenaje a un Hermano muerto
del colegio La Salle de Buenos Aires
Nosotros, cromañones, también lo hicimos. Y lo seguimos haciendo de acuerdo a las costumbres sociales en las que nos criamos. Levantamos toda clase de túmulos, desde pirámides gigantes hasta apilamientos de tierra. Y no sólo construimos tumbas para depositar los cadáveres sino que también convertimos en altares o algo parecido los espacios en los que la muerte alcanzó a las personas. Por eso las rutas de muchos países están llenas de estructuras coronadas por cruces u otros símbolos religiosos y que contienen desde flores hasta fotos del occiso. Y por último, muchas veces se crean espacios a los que les asignamos un valor particular, en el que sólo pueden yacer, o figurar, las personas que lo merecen por algún valor superlativo según los criterios de la sociedad.

Que la estupidez es ecuménica, no cabe la menor duda. Sobre todo cuando pone al mismo nivel una orden sacerdotal y a un sector de la comunidad judía de mi país.

homenaje a uno de los muertos en el atentado
a la Mutual judía de Buenos Aires
Lo que comparten todos esos homenajes es la tristeza, la voluntad de no olvidar y, y aquí viene el punto crítico, el respeto por el muerto.
A qué estúpidos incompetentes se les ocurrió que poner el nombre de los hermanos muertos del colegio de La Salle en las calles Río Bamba y Sarmiento, justo al pie de un árbol, cuando había un árbol, y a los que pretendieron homenajear a los muertos en el atentado de la AMIA, la mutual judía de Buenos Aires, en unos pedazos de mármol en los que grabaron los nombres de los inmolados, al pie de un árbol, como digo, cuando había un árbol, ya que muchos de esos árboles desaparecieron.
Qué clase de respeto es ese que pone el nombre de un muerto querido exactamente a la altura en que mean y cagan los perros, donde se junta la basura que tiran los desaprensivos y arrastra el viento, moteados de chilcles pisoteados y otras inmundicias.
Es difícil de soportar ver cómo un perro macho levanta la pata y acierta su chorro justo en el nombre de alguien cuya imagen todavía debe estar en la conciencia de familiares y amigos. Tamaño desprecio.

Vergüenza para los que pensaron que ese era un homenaje y vergüenza para los que pasan por ahí, en zonas muy concurridas de Buenos Aires, como a los que viven frente al los homenajes y no ponen el grito en el cielo.