Siguen rompiendo con las tecnologías “dulces”, como dicen
los franceses, y son sólo voceros de de países imperiales, los que ensucian
todo de verdad, cuyo objetivo es mantenernos lo más cerca posible de la edad de
piedra. Consciente o inconscientemente saben que es mejor que conservemos todo
para ellos, que cuando lo necesiten, ya harán su “contraofensiva ideológica” y
crearán un montón de teorías que defenderán las personas de “buena conciencia”
y que justifiquen la explotación salvaje de los recursos ajenos del mismo modo
que hoy hacen lo contrario. Si cabe alguna duda, basta ver lo que hicieron y lo que siguen haciendo en muchas partes de África.
Nosotros tenemos que mantener cerradas nuestras minas para
comprar el producto de minas ajenas, tenemos que cuidar “nuestro” aire que los
demás ensucian sin problemas, tenemos que usar celdas solares y lámparas de
“larga duración” sin tener la menor idea de cuánta energía hace falta para
fabricarlas y cuánto anhídrido carbónico se libera en ese proceso. Tenemos que
usar energía eólica aunque el ruido cerca, y no tan cerca, de los generadores
sea insoportable y sin tener en cuenta cuántas aves migratorias mueren
golpeadas por las aspas. Y la lista sigue.
Los que quieran contribuir a la higiene mundial, que no se
preocupen demasiado por el que escupe en la calle y que vayan a pelear por que
los chinos dejen de quemar tanto carbón
y los norteamericanos que no quemen tanto petróleo. Entre los dos contaminan
tanto que todo lo demás da risa o no es nada más que un juego pedagógico para
la salita verde.
Tener en cuenta factores como la contaminación o la
incidencia social de los emprendimientos de todo tipo, es necesario, no es una
religión. Y los métodos son de orden político y científico mediante el uso
adecuado de las instituciones y no los del fundamentalismo antiabortista.
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