Si hay un tema escabroso es el
de los límites de la democracia. Y eso es así porque hay una gran tendencia a
dudar de la validez de este sistema político apenas uno pierde elecciones y el
que gana es el otro.
Entonces, ¿puede la democracia
tener límite?
Por supuesto. Como todo en esta
vida, llámese libertad, salud o amor; tiene límite. Mal que nos pese muy a
menudo, nadie tiene la libertad de matar a su vecino, el derecho a comer
mientras un vecino se muere de hambre o a matar al marido de la amante. Esto
último, por amor, claro, por más que se diga que hay amores que matan.
Como se puede intuir, en la práctica todos sabemos dónde están esos
límites, que casi siempre están en el comienzo de algún derecho del otro o de
los demás.
En el caso de la democracia, los
límites son los delitos de lesa humanidad, aquellas decisiones de cualquiera de
los poderes, sean el ejecutivo, el legislativo o el judicial, que actúe sobre
el pueblo a desmedro de los derechos humanos. Esos pobres derechos
universalmente aceptados pero no tan universalmente ejercidos por las
democracias. Dicho de otro modo, ningún estado tiene derecho bajo ninguna
condición a asesinar sin juicio previo y fuera de una estructura legal en la
que exista el derecho a la defensa, a torturar, etc., cometiendo en el caso de
hacerlo, delito lesa humanidad.
Hace poco tuvimos, en Uruguay,
un ejemplo muy claro. La gente votó en plebiscito el no enjuiciamiento de los
torturadores y asesinos de su último gobierno militar. Cuando el tema se volvió
a tratar en las cámaras, muchos bienpensantes dijeron que no se podía pasar por
encima de la decisión soberana del pueblo
de no rever la historia del último golpe. Teniendo en cuenta lo que dije más
arriba y de acuerdo al derecho internacional, ningún pueblo puede aceptar el no enjuiciamiento de los que cometieron
esta clase de delitos. De hecho, se acepta que cualquier país puede enjuiciar a
cualquier persona, sea cual fuera su nacionalidad, si fue parte de un gobierno
que violó derechos humanos elementales como los mencionados.
Ahora nos enfrentamos con un problema un poco más complicado y es el de las elecciones de Egipto, donde ganaron sin discusión Los Hermanos Musulmanes. Este grupo político-confesional no se caracteriza por su amplitud de criterio respecto al respeto del derecho de los demás a creer en quién se les dé la gana. Basta ver los atentados que sufrieron los Coptos, que son cristianos. Pero eso tampoco autoriza al ejército, en forma corporativa, a derrocar al presidente y a hacerse cargo del estado sin tener el más mínimo derecho a hacerlo.
Como se ve, una vez más la realidad se opone a encajar en una teoría. ¡Ufa!
(*) Si llorar en la iglesia no es tu estilo, la democracia te da el derecho a patalear, hacer huelgas o golpear cacerolas y hasta a negociar.