¿Qué pasó?
Ayer el MACN, Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, cumplió 200 años. Es la institución científica más antigua de Argentina. Pero eso no parece ser interesante ni para El Clarín ni para La Nación ni para Página 12. No pude encontrar ninguna mención en ninguno de esos diarios.
Ayer estuve en el festejo del 200 aniversario del Museo
Argentino de Ciencias Naturales. Un lugar espléndido, cuidado, limpio, lleno de
materiales de todo tipo. Viejos científicos, jóvenes prometedores, autoridades
y hasta un ministro de la nación que también es un científico, hicieron un
festejo digno, elegante y de una mínima formalidad.
Cuando tenía alrededor de ocho años, ese notable edificio
quedaba más o menos a mitad de camino entre mi casa y el centro. Lo veía cuando
iba a la Iumen (YMCA), en esa época
un chico de ocho años podía viajar solo en ómnibus.
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Museo Argentino de Ciencias
Naturales |
Recuerdo poco de mi primera visita a ese museo. Sólo un
tremendo aerolito en la entrada, una enorme pata de dinosaurio, un montón de
animales embalsamados y apolillados a los que se les salía el relleno, y una
capa de tierra que cubría todo. El lujo de un edificio tan enorme y decorado,
con mármoles y bajorrelieves, contrastaba con un abandono que sólo volví a ver
muchos años después en el Museo de Nápoles, donde debajo de una momia había un
pedazo de piel de salame con hilito y todo.
Para un chico que había sido educado en un respeto casi
religioso de la ciencia y la cultura, la mugre y el abandono del museo eran una
expresión clara de lo que significaba la barbarie.
Una situación parecida viví cuando fui a estudiar y trabajar
en el segundo pabellón de la Ciudad Universitaria, unos meses después de la noche de los bastones largos. Eso sí,
todo estaba limpio. Totalmente limpio.
Los laboratorios abandonados en su mayor parte, algunos
profesores eran titulares de dos y tres cátedras a la vez, y la mejor y
surrealista expresión de abandono que haya visto en mi vida: durante varios
años siguieron llegando equipos y aparatos, objetos carísimos y misteriosos, para
laboratorios que habían sido abandonados hacía mucho tiempo y para
investigadores que ya nadie recordaba. Una especie de fantasía posnuclear para
subdesarrollados.
Y más tarde en el Inti, vigilados por el peronismo
Lopezreguista. Y después de la masacre de
Ezeiza, cuando no supieron qué hacer con Osinde y su banda, la mandaron a reemplazar a esos villeros y a poner orden entre los científicos y técnicos.
Y todavía nos esperaban las torturas y las desapariciones.
Ayer, en el museo, pude sentir que desde este mundo y este
momento, aún con todos sus problemas; en realidad, es difícil sentir nostalgia. Por una vez el
pasado no fue mejor.