Presentación en Montevideo, Uruguay, de la novela "Tierra de nadie" el 7 de abril de 2016 a las 19 hs. en la Biblioteca Nacional
Ministerio de Educación y Cultura
Av. 18 de julio 1790
La
licenciada en pedagogía e
investigadora en Historia de la Educación (España), Cecilia Milito, me hizo
llegar el artículo publicado el 6 de este mes por el diario El País de España
bajo el título El
buen samaritano es ateo. En dicho artículo se relaciona a los principios
religiosos con el ateísmo en relación al altruismo. Este texto tan interesante
me retrotrae al que yo mismo escribiera en este blog el 20 de julio de 2012: La
trampa de la ética. En ese artículo sostengo, y aquí resumo, que en parte los
sólidos conceptos éticos conducen a la definición más ajustada de la alteridad,
del otro. Y que el otro es, de algún modo, especialmente por no
compartir preceptos éticos del grupo, expulsado de la humanidad. Con lo que el
compromiso altruista disminuye hasta, en casos extremos como el del nazismo, a la
totalidad: al otro se lo puede eliminar.
El ateo, cuya responsabilidad es
completa y definitiva, ya que no cuenta con un Ramadán, un Día del Perdón o la
confesión, es bastante más probable que se sienta más próximo al conjunto de la humanidad que a
un grupo social en particular. Por supuesto, ser más probable no implica que
suceda siempre de ese modo. Pretenderlo sería de una terrible ingenuidad.
El ateo, por tener ligaduras más
débiles con la sociedad que lo contiene, por su menor pertenencia,
por el mismo hecho de la transgresión que debe soportar en sí mismo, puede ser
más comprensivo de los defectos y de las transgresiones de los demás. Puede
sentirse con mayor facilidad que los religiosos, parte de un todo mucho mayor y
ser, por eso mismo, altruista de un modo más amplio.