El Blog de Emilio Matei

viernes, 22 de noviembre de 2013

Estar vivo

Según publicó el diario británico The Independent hace algunos días, en Inglaterra y Gales hay un total de 12320 personas que tienen más de cien años. Los datos, que podrían ampliarse si se completara la totalidad del Reino Unido, no incluyen a Escocia e Irlanda.
La cifra es de por sí sorprendente. Pero lo será aún más si se agrega que en ese mismo espacio sobreviven 610 personas con más de ciento cinco años.

Por más que la supervivencia no se pueda separar de la determinación de los genes y de la suerte, los números nos están diciendo que la ciencia puede dar alguna respuesta a uno de los más grandes deseos de los hombres: vivir más y mejor.

Inglaterra tuvo, al menos hasta el advenimiento de la Tathcher y el neoliberalismo, una sociedad de bienestar en la que la medicina prepaga y la estatal compitieron en calidad. Una nueva mirada sobre la alimentación, las vacunas, una vida menos ligada a las necesidades básicas y un conocimiento científico que ganó batallas a infinidad de agentes patógenos, terminan con este éxito indudable.

Por supuesto, la ciencia como todo otro objeto o conocimiento en manos de los seres humanos no tiene más signo que el del que la manipula. La gente mala hará malos usos y la buena, buenos. Las herramientas para una vida mejor y más larga, entonces, están ahí, al alcance de todos. Claro, todos si no hay privilegios.

Todavía algunos podrán preguntarse cómo viven esos viejos. Y es posible que haya observaciones que le quiten o agreguen felicidad. La verdad, por cierto, no puede ser otra que entre estos viejos habrá felices e infelices, algunos que encontrarán en esa supervivencia la continuidad de una tortura que preferirían terminar, otros encontrarán en esa longevidad un premio inesperado que les permitirá seguir viviendo en un estado de felicidad. Y la mayor parte, alguna variante menos extrema entre las dos anteriores.


Como reflexión final me gustaría pedir que si me agarra un ataque de ganas de vivir en la naturaleza, alejado de las ciudades, tratando de alimentarme de los productos que yo mismo cultive o críe, me dejen hacerlo. Pero si me enfermo o si se puede prevenir alguna enfermedad mediante una vacuna, un análisis o un estudio clínico, llévenme al hospital lo más rápido posible. Háganlo aún si me encuentran rezando a alguna deidad esotérica, besando la tierra, ungiéndome de orines de un animal propicio o sosteniendo teorías trasnochadas e inverificables. Llévenme, como digo, de inmediato. Al fin de cuentas para ser un buen alternativo hay que estar vivo: no veo cómo honrar la vida estando muerto.

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