Una oposición desunida y desorganizada, pero simpática |
En cualquier caso, para que la
derecha se canalice a través de un partido democrático, debería ser una derecha
nacionalista. Una derecha que pretenda vivir en el país y que se sintiera
orgullosa por hacerlo, una derecha capaz de enfrentar al imperialismo y de
oponer su propio capital al capital ajeno. Cosa que sucede sólo en alguna gente
de derecha extrema, militarista, xenófoba y violenta. Grupos minúsculos por su
propia idiosincrasia salvo cuando se
cruzan los astros en coyunturas históricas muy particulares. De esas que
dieron lugares a los fascismos.
En Argentina no hubo revolución
burguesa. Aquí no hubo ni revolución francesa ni guerra de secesión. Todavía
tiene una estructura en la que la derecha tiene características
aristocratizantes, por lo que no está unida más que a sus ganancias, ganancias
que pasaron a menudo de la explotación de la tierra a las finanzas, por encima
de cualquier nacionalismo. De hecho, muchos de los propietarios de las tierras
vivían en Europa y hasta, muchas veces, ni siquiera hablaban bien castellano.
Igual que sucedía con terratenientes del Sur de Estados Unidos antes de la
guerra de secesión.
Por supuesto, la derecha local
cuenta con muchos miembros de la clase media que creen que por compartir
ideales de los nobles se convierten
ellos, a su vez, en aristócratas,
mínimos señores feudales de sus propios negocitos pero con enormes pretensiones
y con un gran deseo de mantener sus escasos privilegios. Pero con la actual
distribución de la riqueza y su consiguiente reflejo ideológico, es improbable
que lleguen a sumar, salvo coyunturas muy particulares, como dije antes, los
suficientes votos como para ganar elecciones en forma honesta
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