El Blog de Emilio Matei

viernes, 8 de agosto de 2014

Lo que se pierde

La islas Camores, el Himalaya, Chichén Itzá, los fiordos de Chile, y los de Noruega, Rapa Nui, Nigeria, el Kalahari y la cuenca de Olduvai, el Gran Arrecife de Coral. Canguros y Chimpancés en libertad.

Desde que nací hasta ahora vi aparecer en mi vida objetos maravillosos. Radios que se podían llevar en el bolsillo, televisores enormes y en color que permiten ver un mundial de fútbol en tiempo real, aviones que vuelan a más de diez mil metros de altura y que suelen tener más estabilidad que un barco, teléfonos portátiles que permiten compartir sonidos e imágenes a través del océano, computadoras que hasta me permiten desde mi casa y en ropa interior, ganar el dinero necesario para vivir y tantas otras cosas maravillosas que de una u otra manera tengo o que puedo usar. A veces escucho a gente que se pregunta qué se va a perder cuando muera, qué maravillas tecnológicas habrá que ni siquiera podemos imaginar. Y esa gente tiene razón, quién podría negarlo. Yo mismo me lo pregunto, a veces.

Sin embargo hay algo que comparto con mi abuelo que murió antes de todas las maravillas que mencioné arriba. Y es que no conozco ni llegaré a conocer la mayor parte de los lugares y de las sensaciones que este mundo, así como es, puede dar. Pienso en las fuentes del Nilo, en el Polo Sur, en la Siberia y en la Tundra Canadiense y en tantos otros desiertos, pienso en el fondo del mar, en una isla perdida en el Caribe, o cerca de Cabo Verde o de Madagascar. Puedo pasarme el día y tal vez el año pensando en una lista de lugares que no conoceré más que a través de una eventual esterilidad televisada que ocultará las suciedad en las playas de la Melanesia, las cucarachas que son plaga en toda la Polinesia y el dolor de la piel en el frío polar; la potencia de la Verdad de la naturaleza a la que sólo se accede exponiendo el propio cuerpo, limitado y frágil. Y eso sí me entristece frente a la idea de morir.

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