A pesar
de los arreglos y parches no siempre de buen gusto y a veces poco funcionales,
a los reemplazos de superficies de roble por terciados de cedro y otras
lindezas por el estilo, cuando me toca viajar por la línea A siempre espero uno
de esos viejos vagones, aireados y ruidosos, antes de uno de los nuevos que van mechados por ahí y que
son sucios, ruidosos y, además, muy feos.
Ya
durante el menemismo se pretendió desactivarlos. Se los quería vender a dos mil
dólares cada uno como chatarra o para construir quioscos de venta de salchichas
o algo así. No sé si se llegó a vender alguno, puede ser que no. Ya que el
negocio mayor siempre es la compra de nuevos vagones con el retorno correspondiente.
Qué es
mejor para Buenos Aires, tener vagones nuevos en la línea A o mantener
funcionales y cuidados a vagones históricos con todo lo que de elegante y
particular que tienen.
Estoy seguro de que a la mayor parte de la gente que lo usa y a la clase alta le va a parecer mejor restaurarlos. Sólo tecnócratas de medio pelo, esos para los que el único símbolo que tiene sentido es el del dólar, querrán destruir un pasado histórico con el que no se sienten ligados, como no se sienten ligados casi con ningún afecto. Por algo son los principales consumidores de las casas de masajes del centro de la ciudad.
No te mueras nunca |
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