San Jorge, montado en brioso corcel, planta su lanza en el pecho
del dragón. San Jorge tatuado en el pecho del hombre, el hombre sentado a la mesa del all inclusive mallorquín, en tiempos
anteriores a la temporada, en tiempos en el que los espacios los ocupan
ingleses de clase obrera, escoceses de clase obrera y algunos extraños y
silenciosos personajes de los países del este de Europa. Todos aprovechando la
oferta.
El hombre es británico, sin lugar a dudas. Para el tamaño de
los tatuajes de los ingleses y sus mujeres, el San Jorge del hombre es chico y
discreto. Allí, en la izquierda del pecho, donde se supone que está el corazón,
da testimonio de un regimiento que ni siquiera existe ya, fusionado con tantos
otros, tal vez por razones técnicas, tal vez, y lo más probable, para ahorrar.
Ahorrar dinero, claro, ahorrar vidas no entra en la que se suele llamar ecuación económica.
El hombre, con el San Jorge en el pecho, está sentado en una
silla metálica, a la mesa metálica en la que apoya su quinto o sexto vaso de
plástico con un fondo de cerveza. No es un tipo imponente, como casi todos los
demás, que lo son o por su tamaño o por sus enormes vientres. Es un tipo que no
debe de medir más de un metro setenta. Enjuto y arrugado, en la cincuentena o
poco más. No mucho más.
Lo veo de frente. Por eso veo a San Jorge matando, como se
suele decir en vena literaria, eternamente a su dragón. A los lados del hombre
están las piernas. Digo, las piernas artificiales, las prótesis modernas que se
usan ahora: apenas un cono superior donde poner los muñones, un hierro vertical
y unos pies de vaya uno a saber qué aleación. Todo muy moderno, sin lugar a
dudas. La imagen no deja de ser humorística. Aunque no sé por qué. Tal vez por
su perversión.
El hombre del San Jorge tiene una mirada casi dulce, aunque
algo perdida. Tal vez una mirada de resignación. Tal vez. Uno no puede dejar de
influenciarse con su propia imaginación. Y entonces veo el brazo derecho del
hombre, amputado antes del codo. Y ya me queda sólo el horror.
Más adelante vi cómo conseguía flotar en la piscina y jugar
a los dardos, típicos dardos de cualquier pub anglosajón. Todo lo hacía con la
misma expresión. O con la misma falta de expresión.
Busqué el regimiento. No fue fácil, su regimiento original
ya no existe más, es apenas parte de uno más moderno. Afganistán.
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