Los impuestos
Sin impuestos nos quedaríamos sin
aeropuertos, sin rutas, en síntesis, sin obra pública. Es cierto que en los
momentos de crisis la obra pública es la última que deja de realizarse porque
interesa a los capitales mafiosos que aprovechan de la corrupción que también
florece en ese contexto. Pero al final no queda dinero para nadie. Y a los servicios sociales, en su concepción más amplia, los dejo de lado aquí porque los poderosos no los consideran necesarios, apenas un gasto inútil.
Conviene aclarar que en estos
tiempos la riqueza extrema podría resolver el problema de los servicios
públicos para algunas pocas personas. ¿A quién interesan las rutas si tiene
helicóptero propio? ¿A quién la medicina social si puede llamar a los mejores
médicos a su casa y pagarles lo que pidan? Por lo que la reducción de los
impuestos condena a la miseria a los mismos de siempre y deja de lado a los poderosos.
La corrupción, la verdadera y no
la vociferada por la prensa que sólo responde por estas épocas a los intereses
corruptos predominantes, y las mafias, tienen un límite para los negocios. Ese
límite es la imposibilidad de seguir retirando huevos de oro de la enflaquecida
y macilenta gallina. Al final la máquina infernal de la explotación de las
riquezas de un país se detiene por exhaución. En nuestro país, Argentina, eso
pasó dos veces. En el 1991 y en el 2001. En los dos casos los bancos
confiscaron la totalidad de los depósitos de los ciudadanos. En el ’91 hasta
llegaron a cobrar un “interés” por los fondos retirados las cuarenta ocho horas
antes de la debacle, que se había vuelto muy previsible e impulsado a los
prudentes a retirar sus depósitos.
Y ahora se viene otra igual.
La disyuntiva no es fácil. Si pagamos
los impuestos le regalamos nuestro dinero a mafiosos y corruptos, si dejamos de
pagar los impuestos condenamos al país a la destrucción y a la mayor parte de
la gente a la pobreza extrema.
Entonces, usando del dicho popular
con algún pequeño ajuste: las cosas estaban mal y parió la abuela. Aparecieron
las criptomonedas. El bitcoin y sus hijuelos.
El bitcoin y las criptomonedas
Es difícil saber todavía si las
criptomonedas son una burbuja o si vendrán a establecerse definitivamente. Lo
que sí sabemos es que atentan contra el pago de los impuestos y defienden a los
que tienen dinero negro. Y esto último no lo digo en sentido enteramente
peyorativo. El único dinero que podemos usar fuera de la mira de un estado
expoliador es el dinero que se gana y no se declara. Claro que los que bailan
en una pata son los narcotraficantes y todos los grandes lavadores de dinero.
Por ahora los estados no se manifestaron directamente respecto a las
criptomonedas. Uno puede imaginar que se debe a la tradicional pereza de la
burocracia estatal, a que todavía no hay tanto dinero girando por esa vía y a
la que la mayor parte de los políticos les conviene que esas monedas existan
del mismo modo que aceptan, haciéndose los distraídos ma non troppo, a los paraísos fiscales.
Una analogía no demasiado forzada
Hay ciertas leyes que existen
mientras la tecnología o alguna otra herramienta no permitan saltarlas con
impunidad.
Hasta hace unos años, lo que en Argentina se llamó “Guía verde”, es decir, una
guía telefónica a la que se podía acceder al revés, desde las direcciones de
las viviendas y así llegar al teléfono y el nombre del habitante registrado, estuvieron
prohibidas en la mayor parte de los países por razones de seguridad de los
usuarios de telefonía. Hasta que se digitalizó la guía telefónica y ya fue
posible mediante medios informáticos, entrar a los registros por cualquier
parámetro; desde el número telefónico hasta la dirección de la vivienda. En Australia
sacaron el primer CD que lo permitía. Primero se vendió clandestinamente y fue
tan exitoso que al final hubo discos en todos los países y, además, entregado
por las mismas telefónicas.
La lucha contra el lavado pone infinidad de barreras al flujo de dinero entre países, llegando en algunos
casos a la “doble imposición”, es decir, a que el dinero tenga que pagar
impuestos cuando se gana y cuando se usa en otro país, más los gastos bancarios
de las transferencias obligatorias. Estos “gastos” se puentean fácilmente
mediante las criptomonedas. Por lo que si los estados se oponen a su uso, como
en el caso de las guías “verdes”, es probable que terminen por verse obligado a
aceptarlos. Salvo que ataquen a las criptomonedas junto al uso libre de
internet, cosa no del todo improbable aunque por ahora parece resultar muy
difícil.
Lavado, bitcoins y Pymes
Tampoco hay que olvidar que todas
las leyes que reprimen el lavado están apuntadas a los usuarios “Pymes” y no a
los grandes capitales. Los bancos pagan multas irrisorias, cuando lo hacen, por
el lavado. El uso de las criptomonedas “socializa” la evasión a nivel
internacional. Alguien comparó, por otros motivos, a la aparición del bitcoin
con la invención de la imprenta. La imprenta permitió al conocimiento salir de
la iglesia y socializarse. Lo mismo pasaría con el manejo del dinero, saliendo
de los bancos y permitiendo su uso libre por las personas de a pie. ¿Pero cómo
hace un estado para mantenerse si eso sucede? Por ahora sólo con impuestos
regresivos que sólo exprimen a los que menos tienen.