Algo muy perverso se agrega a
los medios de que dispone la derecha más salvaje para legitimarse. Y es esa
especie de salvoconducto ideológico de que disponen los artistas. El arte, como James Bond, tiene derecho para matar.
Desde Grifith, con el nacimiento de una nación, película racista
aunque obra maestra de técnica cinematográfica en la que se usan recursos que
luego serían enseñados a todos los quisieron hacer cine, hasta un Céline,
extraordinario escritor pro nazi, o Borges, con su ideología elitista de
derecha antidemocrática y Vargas Llosa, poco más o menos.
Céline |
La admiración que producen
ciertas obras hacen soportable la repugnancia que producen sus autores. Y esto
parece haber sido descubierto por la militancia de la derecha. Hoy hay personas
que con o sin talento se escudan detrás de una supuesta obra de arte para enviar sus mensajes de odio a
la sociedad. Verbigracia, por estos tiempos que corren, el francés Richard Millet, que publicó el ensayo Elogio literario de Anders Breivik.Y en realidad es obvio que su intención no es estética. Ni
siquiera es desafiante o iconoclasta, su intención es claramente política.
Por supuesto no se trata aquí
de prohibir la expresión de nadie, por odioso que sea. Ni siquiera se trata de
considerar una obra de texto como
incitadora al delito. El concepto de la incitación al delito es tan borroso
como el de la libertad. ¿Incitar a qué? ¿Libertad de qué? Esa parte queda para
sociólogos, sicólogos y expertos en derecho. Tampoco se trata de hilar fino sobre la obra de Millet y convertir todo esto en una discusión regida por la retórica de una u otra ideología. Se trata sí de reclamar los
espacios mediáticos y políticos para expresar el rechazo que tales prácticas
producen. En concreto, la lucha no pasa por prohibir, sino por exigir espacios de expresión equivalentes.
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