El Blog de Emilio Matei

miércoles, 11 de julio de 2012

Las cruzadas de la boludez

Humito de asado
Nos pasamos los días de invierno soñando con el hogar de leña o la salamandra y en verano con el asadito de leña o carbón al aire libre o el fogón en la playa, que nos suelen ahumar bastante, pero pataleamos si alguien pasa cerca de nosotros, en plena avenida, con un cigarrillo entre los labios mientras llevamos un niño en el cochecito, a la altura en que la concentración de cancerígenos debido a los motores de combustión interna es mayor. Peleamos contra el cigarrillo de tabaco y apoyamos al de marihuana. Nos ponemos ferozmente vegetarianos, insistimos en la condición vegetariana de los seres humanos, y nos olvidamos que si hubiéramos sido vegetarianos es probable que no habríamos pasado de la quebrada de Olduvai, en África, y que tendríamos la cintura más gruesa que los hombros. Y estoy seguro y dispuesto a tomar cualquier apuesta, a que las personas fundamentalistas de lo sano, apunten a la gimnasia excesiva o a las dietas vegetarianas o de cualquier otro tipo, son las más propensas al suicidio.

Perro abandonado
Pedimos que prohiban matar a los perritos y gatitos, porque los animales tienen derecho a la vida, nos ponemos furiosos cuando se pide que al menos se los castre, y después, el que nos regaló el vecino de carpa en la playa, lo abandonamos cuando terminan las vacaciones porque, dónde lo voy a tener  ahora. Y argumentamos que yo no lo pude matar, pobrecito, me da tanta pena, y lo condenamos a la muerte por inanición o enfermedad, rebuscando en los basurales.
Como se ve, matar un animal puede estar lejos de ser el peor trato al que lo podemos someter. Torturarlo durante años arrastrando carros por encima de sus fuerzas, encerrarlos en jaulas de por vida, atacar sus instintos tratando de darle comportamientos humanos que nos resulten divertidos por más que a ellos los violenten y hieran o dejarlos que nos ataquen matándonos o hiriéndonos sólo porque es su idiosincrasia o porque no supimos tratarlos, es mucho peor.

Hace poco vi una propaganda de algún producto que no recuerdo, en el que se comparaba el riesgo de usar una patineta y hacer acrobacias en plena calle con el riesgo de comer comida llena de grasas. Los comensales, que consumían huevos fritos y papas fritas, decían que esos locos, por los jóvenes, se iban a matar, mientras era claro que los suicidas eran ellos, que se condenaban condenando a sus sistemas cardiovasculares a la muerte por obstrucción.
Me pareció una excelente lectura de la realidad, un punto de vista tan inteligente como realista. Del mismo modo se podría argumentar que a los animales y a los hombres se los mata, sobre todo, con las políticas económicas y sus subproductos de hambre, miseria y guerras. Las cruzadas deben, entonces, apuntar a los grandes criminales y no al señor o la señora que fuma o que mata a un animal que no puede mantener. Claro que es más fácil y, en realidad, mucho menos peligroso, molestar a alguien que fuma, que, por ejemplo, a los poderosos de un gobierno genocida o inclusive, neoliberal y su saga de desocupación.

Jóvenes desocupados griegos
Y como ya me puedo imaginar el principal argumento en contra que se me va a oponer, quiero responder de antemano que no es una ley, que no es cierto que cada cual deba poner su granito de arena porque así se pueden hacer grandes cosas. Primero habría que probar que ese granito sirve para algo más que para tranquilizar la conciencia. Hay algo que se llama salto cualitativo que sucede cuando en el mundo real la cantidad termina por modificar la calidad. Y hay algunas acciones que nunca llegan a ese punto crítico. Si, por ejemplo, cada habitante de la tierra, cada uno de los seis o siete mil millones, recoge una gota de agua de mar con un gotero y la tira sobre la tierra, ni la tierra se convierte en un pantano ni el mar reduce su nivel. Así que, insisto, lo del granito de arena puede ser algo muy poético pero con frecuencia poco útil.

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