El Blog de Emilio Matei

viernes, 3 de agosto de 2012

Metáforas y analogías


La fantasía postnuclear

Hace un tiempo, sobre todo en tiempos de la guerra fría, se había puesto de moda un género cinematográfico y literario que hacía referencia a un mundo en el que se había roto el contrato social. La sociedad, disgregada por un evento nuclear o algún otro cataclismo natural o, más probablemente, producido por el hombre, se volvía un infierno sin reglas, sin ninguna clase de norma. Desde una vieja y pesimista Soilent Green, en el que la gente se comía a sí misma en una forma de canibalismo disfrazado, que indefectiblemente terminaría cuando no quedara nada que comer, o nadie a quien comerse, hasta Mad Max, hubo un poco de todo. Pero la mayor parte de esas películas tenían como leit motiv  la lucha entre grupos o tribus, grupos sobrevivientes que se habían aglutinado debido a algún elemento cohesionante.
Del film Mad Max 
Todos los sobrevivientes tenían como característica alguna particular capacidad para ejercer la violencia o la autodefensa, más el poder sobre fuentes de energía. Esta fijación sobre los combustibles tenía su razón de ser. El cine norteamericano no podía evitar a sus personajes la utilización de algún coche (*) por lo que la fuente de combustible resultaba determinante y razón necesaria y suficiente para trampas, celadas, expediciones punitivas, guerrillas, mini blitz kriegs y hasta bombardeos. La violación de una joven y rubia ninfa podría estar incluida en el botín, pero siempre después de capturar los consabidos bidones de combustible o, cuando el autor no era tan limitado en su imaginación, la apropiación lisa y llana del pozo de petróleo mediante la ocupación de los terrenos conquistados.
No voy a usar aquí la elegante palabra metáfora, porque no corresponde y porque está siendo convertida, debido al mal uso, en un sinónimo de lo irracional y de lo esotérico. Lo que corresponde aquí es usar la palabra analogía, por más que suene algo tecnocrática. Hecha esta aclaración, declaro que esas películas son analogías tan próximas a lo que se está produciendo en los países invadidos por fuerzas norteamericana y europeas, que da escalofríos. Con la diferencia que en el caso de las historias literarias o cinematográficas, la ruptura del contrato social era un resultado no especialmente buscado por nadie, era el simple resultado de una guerra estúpida en la que nadie había ganado. Pero en la realidad que vivimos, por lo contrario, hay una voluntad evidente de obtener lo que se obtiene: el petróleo confiscado y la desestructuración de la sociedad del enemigo.

Los muertos vivos

Primo Levi
Hay algo semejante entre el uso de la tortura para las personas y el de la disgregación para las sociedades. Los dos producen una destrucción vil y obscena en la víctima. Dejan una traza en su interior que sigue actuando aún cuando ya no se ejerza ninguna violencia desde el exterior sobre el sujeto. Deja un gusano que no cesa de roer el espíritu, como sinónimo de conciencia, de la víctima, hasta que termina con ella convirtiéndola en basura o hasta matarla.

Pienso en le escritor y poeta Primo Levi, por ejemplo, quien después del campo de concentración nazi siguió viviendo muchos años productivos dedicados a la  cultura pero que terminó, según se dice, suicidándose porque no podía seguir soportando lo que tenía registrado en su cerebro.

Pienso en Irak, en Libia y en Siria. Y en la forma más insidiosa de las pseudo revoluciones de la primavera árabe que triunfaron en Túnez o Egipto.

Releo este artículo y otros varios que escribí últimamente y me pregunto por qué estoy tan interesado, o mejor dicho preocupado, por lo que sucede en el norte de África y en el Cercano Oriente. Y la respuesta se me hace evidente. Desde esta euforia ingenua y desarmada de una Sudamérica que avanza en todos los frentes, lo que veo a lo lejos, cuando estoy algo pesimista, puede ser sólo un reloj que adelanta el destino que se nos tiene asignado.
Debo reconocer que nunca deseé tanto como ahora estar equivocado.

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(*) Esta relación entre libertad y vehículo propio está tan internalizada en los norteamericanos que ni siquiera en el hipismo o en las corrientes que pretenden volver a la naturaleza, se puede obviar. Los hipis tenían que tener o una enorme moto o una decorada camioneta VW. Los norteamericanos pueden ceder con facilidad la higiene compulsiva, que es parte de sus obsesiones, pero nunca a la carencia de un vehículo.

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