El Blog de Emilio Matei

domingo, 18 de noviembre de 2012

La responsabilidad de la memoria

La muerte de alguien querido, sobre todo, pero también la de alguien que haya sido significativo, cualquiera haya sido el motivo: amor, odio, amistad o partícipe trascendente de alguna circunstancia de la vida, crea una responsabilidad embebida en una inevitable tristeza. Los momentos que se pasaron juntos, tanto los significativos como lo que no lo fueron, quedan sólo en la memoria. Ya que nada que haya hecho la persona con otros puede sustituir lo particular que uno tiene almacenado en el cerebro. Una parte compartida por dos que ya es sólo de uno.

Terrible responsabilidad esa, la de la memoria. Cada cosa que uno olvide diluirá lo que queda de alguien.

Antes de que se creara la fotografía nadie podía hacerse cargo de cuánto pervivía del otro en la memoria propia, sólo la naturaleza y el inconsciente lo determinaban. Y tal vez un texto escrito que el papel amarillento hacía tan lejano como el recuerdo mismo. Luego la voluntad empezó a tener una participación evidente. El cuidado o la destrucción de la fotografía de alguien que ya no estaba era una decisión posible y consciente.

Y estos últimos tiempos la memoria no es sólo una serie de retazos e imágenes o sonidos que a veces se evocan desde la voluntad y otras veces se imponen por ellos mismos. Tampoco una fotografía, o una fotografía con una voz registrada en una cinta o un pedazo de papel. Hoy en día hay memorias externas a uno pero que todavía son uno mismo, que conservan, tan frescas como el primer día, las impresiones de una relación que ya no podrá avanzar más. Ahora en el historial del MSN o del Skype, en los contestadores telefónicos, en los correos electrónicos enviados y recibidos, en los mensajitos de texto en el celular, en Facebook, Youtube y Linkedin, queda la memoria fijada desde un pasado que ya empieza a hacerse lejano, hasta el brusco momento en que nada más pudo ser agregado.

Y entonces somos nosotros, no sólo tristes sino también angustiados por un inconmensurable poder, los que decidimos, si nos animamos, a hacer morir definitivamente a una persona.

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