El Blog de Emilio Matei

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Piquetes, ¿sí o no?

En términos generales, ya que no corresponde a la actualidad de Argentina hoy, la acción directa de los obreros en situación de huelga, tiene que tener una relación razonable con la agresión de la que se está defendiendo. En caso contrario la reacción del estado tiende a tener la forma de una furia desencadenada que termina con heridos y, muchas veces, muertos. Y aún cuando sea inevitable asumir ciertos riesgos, no es el objetivo de ninguna huelga, o al menos no debería serlo, la producción de mártires.
Los piquetes aún más que los otros tipos de manifestaciones, ya que enfrentan cara a cara a dos grupos de personas, son un momento crítico en la relación entre los trabajadores y el resto de la sociedad. Y eso es porque la proximidad y la inevitable sobreexitación fácilmente puede convertir a la situación en violenta.

La palabra piquete originariamente aludía a un grupo de obreros que delante de las puertas de la fábrica, impedían pasar a los carneros cuando había una huelga.
Esa definición supone una acción contra los derechos individuales en defensa de los derechos de la mayoría. Y de un modo u otro, estas acciones son reconocidas como válidas. Al menos desde la izquierda. Desde la derecha ni la huelga es admitida salvo que sea totalmente invisible y se haga cuando no molesta.

Esos carneros o rompehuelgas, casi siempre eran mano de obra reclutada por los patrones, entre mafiosos y lúmpenes de toda laya, para obligar a los obreros a volver a sus puestos de trabajo. Y durante las crisis más salvajes, fueron buscados obreros desocupados y hambrientos dispuestos a cualquier cosa, a permitir que los vejaran hasta extremos tan insoportables como la traición a sus propios compañeros, para llevar comida a sus casas en una terrible batalla de pobres contra pobres.

Por eso objetar a los piquetes es más o menos igual que objetar las molestias que producen las huelgas a los demás ciudadanos. Objeción absurda puesto que la huelga es, casi diría por definición, un llamado de alerta sobre desigualdades e injusticias que tiene como objetivo llegar a la mayor parte de las personas de una sociedad, deteniendo la producción y haciendo acciones publicitarias en la medida de las escasas posibilidades de difusión que los obreros suelen tener. Y eso, claramente, debe molestar a los demás o resulta invisible.

Pero en la Argentina de los primeros años de este siglo, la mayor parte de los obreros estaban desocupados. ¿Cómo podría un desocupado hacer huelga? La solución fue la de producir cortes en las rutas, calles y caminos que, por extensión y de manera poco feliz, fueron llamados piquetes. Tal vez más adecuado habría sido llamarlos barricadas, aunque esta palabra alude más a objetos apilados para interrumpir el tránsito que a personas agrupadas poniendo el propio cuerpo como barrera.

La cuestión que la palabra piquete abandonó las fábricas y quedó asociada al corte de rutas y caminos. Y esa práctica, de gran eficiencia debido a la poca gente que hace falta para ponerla en práctica cuando no hay represión por parte del estado, fue analizada, ahora resulta más que obvio, muy en detalle por los perdedores de las batallas electorales de los sindicatos. Los que en lugar de organizarse para mejorar sus posiciones en las elecciones por venir prefirieron dividirse formando sus sindicatos propios en el ejercicio de un derecho indudable pero, también, en flagrante transgresión a la democracia.

La huelga del club de los perdedores

De ese modo una parte limitada de la clase trabajadora, asociada a la burocracia sindical más reaccionaria, perdedora en todos los casos de la mayoría en las elecciones internas de los gremios y con la ayuda de los medios antigubernamentales, que son los más poderosos, detuvieron a una buena parte del país. Al menos la próxima a la Capital que es la más visible. En un movimiento cuyo único objetivo fue político ya que las demandas no eran de orden sindical u obrero sino de un orden general cuya solución no le habría correspondido a las empresas o a las corporaciones empresarias sino al gobierno que, habiendo sido elegido por la amplia mayoría, sólo debería ser desautorizado por los votos de la próxima elección o por un plebiscito que no piden porque tienen la seguridad de que ni siquiera lograrían la cantidad de apoyos necesarios para ejecutarlo o terminarían por quedar en peor situación que la que ya ostentan.

Derechos de unos y otros

También me gustaría mencionar, respecto al tema de los piquetes, a los periodistas que reclaman por el derecho de unos en contra del derecho de los otros cuando se trata de transitar libremente. Creo que deberían ser un poco más cuidadosos al levantar las quejas de una parte de la clase media, o inclusive de algunas personas de clase trabajadora, que no se molestan por nada ni por nadie y que sin embargo pretenden que los otros, los que sí son molestados en temas más significativos que el movimiento por la ciudad o por las rutas, no los perturben.
Sólo cuando uno lucha activamente por el derecho de los otros puede pedir a los otros que respeten los derechos de uno. Y sólo en ese caso. Ya que por lo contrario la cosa se volvería una lucha de todos contra todos, lo que es mucho peor aún para los que claman por sus derechos individuales.

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