Rotativa de diario |
Los privilegios
Reconozco que ese privilegio de
decir cualquier cosa sin poder ser atacado, es un poco excesivo. Le da a la
corporación de los periodistas un derecho que no comparte el resto de los
miembros de la sociedad. Y eso no es justo.
Tal vez esa injusticia fuera
paleada en parte si hubiera un colectivo lo más incuestionable posible no
formado por periodistas de manera exclusiva o mayoritaria que se dedicara a
juzgar a los dichos periodísticos. No pretendo que tengan la posibilidad de
sancionar legalmente a nadie, pero sí que tengan la posibilidad de hacer
públicas en medios masivos las conclusiones cuando la verdad sea falseada en
forma voluntaria y perversa, entendiendo por perversa cuando los objetivos no sean ni el análisis ni
la información veraz.
Sé que eso implica una especie de juicio a la intención. Y por qué no, me
pregunto, ¿acaso la intención no es muchas veces evidente y su objetivo
negativo?
El peso de la mentira
Periodismo televisivo |
En algún país nórdico los políticos
triunfantes que no cumplen con el plan de gobierno presentado durante las
elecciones, pueden ser enjuiciados. No está permitido prometer lo que no se va
a cumplir. Las falsas referencias en el discurso de un periodista o la edición
o simple tergiversación de datos, debería sí ser considerada y al menos
expuesta al escarnio público. Una cosa es la opinión y otra la mentira flagrante. Las leyes de protección al consumidor ya hacen,
de por sí, una calificación del discurso mentiroso y hasta maldiciente de muchas empresas, incluyendo el
caso de las prácticas desleales hacia la competencia. No veo por qué, y sin
llegar al enjuiciamiento, no se puede hacer algo semejante en el caso de los
periodistas.
Si una empresa dice que su producto no contiene grasas no saturadas y en realidad las contiene, nadie diría que lo hizo porque hizo uso de su libertad de expresión. No veo por que un periodista que miente a sabiendas, aunque tenga ciertas protecciones especiales por los motivos que digo al principio de esta nota, debería tener asignada una coraza a toda prueba.
(*) Este tema de por sí vale la pena de ser analizado. Si una persona acusa a otra penalmente y hay un juez que decide que tiene sentido seguir adelante con el juicio, cosa que puede suceder hasta por motivos formales, el acusado queda ya sometido a un castigo que puede ser tan importante como para determinar su futuro. Por ejemplo, en la imposibilidad de ejercer cargos públicos de todo tipo o, como digo en el ejemplo más arriba, ir a países que piden visa. Si esto no atenta contra el principio de inocencia, no sé qué lo haría.
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