El anónimo es una forma de discurso como
cualquier otra. Por más que muchas veces irrite, más que intrigue, al receptor
En
términos generales se considera a la forma anónima de comunicación como
negativa y cobarde. O, al menos, es la forma en que los poderosos la
consideran. Los perseguidos muchas veces tienen al anónimo como protección para
poder decir verdades que de de otro modo condenarían a muerte al declarante.
La
estatua de Pasquino, en Roma, era usada durante los siglos XVI y XIX, para
colocar textos satíricos o políticos a título anónimo, muchas veces en forma de
verso, en contra de personajes intocables de la época, tan intocables como el Papa.
Pasquino - Roma |
Despotricar
contra los anónimos es como despotricar contra la clandestinidad. Sobre todo si
se tiene en cuenta que el anónimo es tan esencial a la clandestinidad que en la
práctica, la define. Y la clandestinidad es la forma en que se mueven tanto
delincuentes como revolucionarios.
Por
cierto mucha gente puede decir que en etapas democráticas no es necesario la
forma anónima ya que a nadie se le ocurriría apresar, torturar y menos matar a
alguien que piense diferente. Pero aunque esto sea verdad, la mayor parte de
las veces no lo es de forma definitiva
ni completa. En los mejores momentos, que muchas veces suelen ser eso, nada más
que momentos, todavía se pueden perder
trabajos, posibilidades de progreso o de reconocimiento social. Y si asociarse
en una especie de juego del TEG con personas o agrupaciones más que dudosas es
considerado y aceptado como parte de lo político, no veo por qué el anónimo como
herramienta sería más repudiable.
En realidad el anónimo, como toda herramienta, no tiene signo. Será positivo,
negativo o neutro de acuerdo a quién la use. O quién sea su destinatario: si
uno o el otro. Por eso cuando un anónimo resulta inadecuado o cobarde, cosa que
puede suceder, es mejor criticarlo por sus contenidos y no por su condición.
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