Hollande
ataca a los fundamentalistas islámicos en Mali
Otra vez los franceses hacen la
guerra en África
Franceses en Mali |
Hoy en
día tienen tropas en Afganistán, Malí y probablemente tienen algo que hacer en
Libia, después de la caída de Khaddafi, a la que contribuyeron de forma
decisiva.
Los
franceses en Mali, como los ingleses en Malvinas, son una especie de matoncito
de barrio apoyado en una banda de matones de respaldo. En este caso la OTAN. Si
tocas al enanito pretencioso y soberbio, se te viene toda la banda encima y no
hay quién te salve. Y como a todos los de la barra les están mojando la oreja
los banqueros, están de muy mal humor. Mala
facenda, como decía un emigrado calabrés en mi barrio de la infancia, mal
asunto que estos tipos estén revolviéndose como gato enjaulado buscando el
primer blanco que se les cruce para agredirlo.
¿Pero
contra quién combaten los franceses en Mali?
Mezquita de adobe en Tombuctú |
Aquí la
cosa se complica bastante más. Los franceses combaten contra lo que se llama, como siempre, terrorismo fundamentalista islámico. Claro que también los Tuaregs del desierto invadieron ciudades del norte de Mali
e hicieron desastres, pero se proponen ayudar a Francia en el terreno, en una maniobra que debe de pretender hacer trabajar a los franceses para ellos. Cosa que si logran no creo que dure mucho.
Linda mescolanza de Tuaregs contra los grupos islamistas bajo los bombarderos franceses.
Todo vale en esa zona, desde la destrucción de túmulos funerarios de santones musulmanes del siglo XVII, acusando a sus cuidadores de idólatras en una actitud virtuosa muy parecida a la que tuvieron los taliban cuando volaron los budas de novecientos años en Afganistán, hasta la quema y dispersión de manuscritos islámicos, griegos, etc., incunables y la prohibición de la música. Sí, la música está prohibida en parte de un país que es considerado uno de los países más ricos musicalmente de África. Y ni hablar de sus criterios respecto a lo que es una mujer decente.
Linda mescolanza de Tuaregs contra los grupos islamistas bajo los bombarderos franceses.
Todo vale en esa zona, desde la destrucción de túmulos funerarios de santones musulmanes del siglo XVII, acusando a sus cuidadores de idólatras en una actitud virtuosa muy parecida a la que tuvieron los taliban cuando volaron los budas de novecientos años en Afganistán, hasta la quema y dispersión de manuscritos islámicos, griegos, etc., incunables y la prohibición de la música. Sí, la música está prohibida en parte de un país que es considerado uno de los países más ricos musicalmente de África. Y ni hablar de sus criterios respecto a lo que es una mujer decente.
Estos combatientes en gran parte fueron mercenarios en Libia. Y luego de la revolución se vieron
obligados a volver al Sahara o al África subsahariana para evitar que el nuevo
poder los asesinara, como hizo con los que pudo cazar, al menos al principio, y
porque se quedaron sin paga. Como podría haber dicho Maquiavelo en El Príncipe,
no hay peor hombre que un mercenario que se quedó sin estipendio. Estos hombres que
aprendieron a hacer un desplazamiento muy rápido cargando armas pesadas en la
parte posterior de sus pickups, como habían hecho antes con gran éxito ya que
era muy difícil identificar a qué grupo pertenecían desde aviones y drones, salieron disparados hacia el sur en búsqueda de botín, o de algo de qué vivir, y una justificación para
obtenerlo. Como se ve, un efecto de carambola producido por el ataque de miembros de la OTAN a Libia.
Armados
hasta los dientes por traficantes de armas tanto occidentales como orientales, con suministros seleccionados de los polvorines de Khaddafi, con una educación más que precaria, esgrimiendo algún versículo del Corán mal
entendido o bien seleccionado para justificar alguna acción deplorable, esos
hombres en jauría bajo un mando mercenario o religioso fundamentalista y de estabilidad dudosa, se apoderan de lo que pueden. Y son sucios y feos. Como hombres del
desierto nunca necesitaron un baño y la arena siempre les alcanzó para
limpiarse. Salvo su mejor adaptación al medio, casi iguales a los europeos en
tiempo de las cruzadas o a los contratistas
en el Irak o en el Afganistán actuales.
Y en medio de todo la gente y la que es posiblemente la universidad más antigua de África, la de Tombuctú, la ciudad donde se cruzan todos los caminos.
Y en medio de todo la gente y la que es posiblemente la universidad más antigua de África, la de Tombuctú, la ciudad donde se cruzan todos los caminos.
Una superficie desértica equivalente aproximadamente a la suma de la superficie de Francia y Bélgica, con escasa población de gente adaptada a un medio insoportable, podría producir una situación semejante a la que hoy hay en Afganistán. Por eso a los recurrentes salvadores de la civilización es bueno recordarles que es
posible convertir a un hombre en un perro, pero después no se puede pretender que se
comporte como un hombre.
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